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La tercera obra

La tercera obra de los ancianos es actuar como obispos (sobreveedores). Este ministerio es tan importante que en el Nuevo Testamento el término es sinónimo de anciano (ver Hechos 20: 17, 28). La palabra griega “episkopos” viene de la preposición “epi” (sobre) y “skopeo” (mirar, observar) dando el sentido de uno que mira o ve sobre otros y lleva consigo la autoridad para mantener orden y armonía en la congregación.
La traducción griega del Antiguo Testamento (LXX) utiliza esta palabra para gobierno u oficiales del templo (2 Reyes 11: 15; comparar con 2 Cron. 34: 17).

El Señor Jesús es llamado el “Pastor y Obispo (es decir, el Sobreveedor o episkopos) de vuestras almas” (1 Ped. 2: 25). Su vida se caracterizó por la disposición a ver por el bienestar de los suyos y velar contra el mal. En una ocasión lo vemos echando cambistas del templo. Esto ocurrió después de que el día anterior fuel al templo y “miró alrededor” (Mar. 11: 11, 15).

Ninguna palabra describe mejor la obra de los ancianos de la iglesia. Las dos primeras obras que consideramos (alimentar y liderar) fueron dadas para nutrir colectivamente al pueblo de Dios. La tercera y la cuarta son dadas para suplir lo que falte en cuanto a amonestación, para proveer una salvaguarda contra problemas internos (sobre viendo) y ataques externos (protegiendo).

Sobre ver: una buena obra

Hay tres palabras que se aplican efectivamente a sobre ver a otros. Un anciano debe tener sabiduría en el trato con las personas. Debe conocer lo que la Escritura enseña acerca de la conducta y las relaciones piadosas, así como tener algo de experiencia en mantener el orden y la armonía en la Iglesia.

Aun cuando no debe actuar como un dictador (“como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado” 1 Ped. 5: 3), debe tener autoridad de parte de Dios para tratar los problemas que se suscitarán. Al escribirle a la joven iglesia de Tesalónica, Pablo exhortó a la congregación a “reconocer a los que trabajan entre vosotros y os presiden en el Señor”. Por otro lado, hablando con quienes lideran (aun cuando posiblemente aún no han sido reconocidos como ancianos) escribe: “Mirad que ninguno pague a otro mal por mal”. Con esto se da por sentada la autoridad que tienen los lideres para actuar. Esta autoridad viene de parte de Dios, pero debe ser reconocida por los miembros de la Iglesia, y es ese reconocimiento lo que provee la credibilidad para defender lo correcto durante las pruebas.

Algunos preguntaran porqué es necesaria esta función en un grupo que enfatiza el sacerdocio igualitario de todos los creyentes. Pues bien, así como Dios ha puesto diferentes papeles en la familia, también lo ha hecho en la Iglesia. Así como en cualquier familia, los problemas pueden surgir y la buena alimentación deberá balancearse con cuidado y disciplina. La nutrición y la amonestación se complementan. Ambas deben ser provistas con amor y no hay amor verdadero cuando falta uno o el otro.

La parte difícil de la obra del anciano

No es fácil ser un obispo si la obra se toma en serio. Pablo le recuerda a Timoteo que un aciano que gobierne bien “sea tenido por digno de doble honor” (1 Tim. 5: 17). Muchos pasajes de las escrituras establecen que es necesaria la santidad y orden en la casa de Dios. (Sal. 93: 5; 1 Cor. 14: 40; 1 Tim. 3:15). Nada puede dañar una buena obra más rápido que un mal sin tratar. De hecho, hacer lo difícil es normalmente la clave para la bendición, mientras que desatender los males trae una solemne advertencia: “Por cuanto no se ejecuta sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal”. (Ecl. 8: 11). “Un poco de levadura leuda toda la masa”, (1 Cor. 5: 6) significa que el pecado se expande! Un anciano no debe quitar sus ojos mientras la maldad destruye la obra.

De esa manera, encontramos a los primeros ancianos (o apóstoles) confrontando el primer pecado público en la Iglesia (Hech. 5), tratando con la murmuración (Hech. 6), organizando un ministerio de cuidado (Hech. 11), respondiendo a una amenaza doctrinal (Hech. 15), siendo llamados para orar por los enfermos (Sant. 5: 14) y haciéndose cargo de tratar los problemas personales (Fil. 4). En otras palabras, ellos estaban velando por las almas de los creyentes bajo su cuidado (Heb. 13: 17).

Beneficios

No es extraño que los niños se quejen de la disciplina en el colegio. Pero, cuando maduran, se dan cuenta que los “gobernantes” y las reglas son las estructuras que hacen posible su educación. Como con los niños, así también es con las ovejas. La amorosa presencia de quienes pueden “cuidar de la iglesia de Dios” (1 Tim. 3: 5) trae seguridad a los jóvenes, evita que la amargura se arraigue e impide que la falsa doctrina se disperse. Los obispos piadosos ayudan a la iglesia local a ser un modelo para la familia Cristiana, así como un ambiente sano para crecer y ser equipados para servicio.
Es cierto, “si alguno anhela obispado, buena obra desea” (1 Tim. 3: 1).
 
Por Jack Spender
 
Adaptado de la publicación Apuntes para Ancianos

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