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VIGILA LA ENSEÑANZA

por Chuck Gianotti

 

¿Cómo pueden los ancianos pastorear con eficacia cuando el don espiritual de la enseñanza se anima en todos los niveles involucrando a muchos maestros? Entre el ministerio a los niños, grupos pequeños, la predicación dominical, el ministerio a las damas, seminarios y conferencias, muchas personas participan con diferentes estilos de enseñanza y predicación, y con diferente énfasis doctrinal. ¿Qué criterio debemos usar para asegurar buena enseñanza espiritual y al mismo tiempo evitar una rigidez sofocante o tolerancia desenfrenada para los maestros?

Los ancianos tienen la responsabilidad de velar por el ministerio de la enseñanza en la iglesia: “[mirad por] todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre… velad…” (Hechos 20.28,31a). Pablo dio esta instrucción mientras daba una advertencia acerca de los que iban a pervertir la verdad (20.30). También habla más de esto en su carta a Timoteo donde indica el peligro:

Como te rogué que te quedases en Éfeso, cuando fui a Macedonia, para que mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina, ni presten atención a fábulas y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que es por fe, así te encargo ahora. Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida, de las cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería, queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman (1 Timoteo 1.3-7).

Si bien Timoteo debía “mandar” a otros sobre estas cosas, no es difícil imaginarlo contemplando su propia enseñanza. Según esta amonestación, las siguientes son algunas preguntas que pueden ayudarnos a evaluar primeramente nuestra propia enseñanza, como también la enseñanza de otros.

1. ¿Estoy dispuesto a abordar temas difíciles?

Te rogué… para que mandases”. No tiene sentido seguir instrucciones a menos que primero tengamos la valentía y el compromiso de emprender la dura tarea de confrontar el error. A muchas personas no les gusta la confrontación, pero un anciano debe hacerlo cuando es necesario, comunicándose en términos concretos.

En cierta ocasión, una iglesia enfrentó una fuerte controversia en torno a la soberanía de Dios versus el libre albedrío del hombre. Los ánimos se calentaron y las palabras eran contenciosas. Los ancianos, por su parte, no querían confrontar a las personas involucradas ni tomar una posición, así que optaron por la débil acción de simplemente ignorarla, anunciaron que ¡nadie debía enseñar ni la soberanía de Dios ni la responsabilidad de hombre! No solo perdieron la oportunidad de aclarar la doctrina, sino que tampoco dejaron que hubiese enseñanza en la iglesia sobre dos temas importantes de la verdad de Dios.

2. Es mi enseñanza fiel a Cristo?

Que no enseñen diferente doctrina”. Ninguno de nosotros se considera culpable de falsa doctrina; por lo general creemos que nuestras propias opiniones e interpretaciones son correctas. De lo contrario, cambiaríamos nuestros puntos de vista. Sin embargo, no creo que Pablo se refiere a diferencias de opinión o interpretaciones legítimas. Él literalmente está advirtiendo contra “otra” doctrina, es decir, algo en contra de lo recibido. Más adelante vincula esto específicamente al Señor, “Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad…” (1 Tim. 6.3). También, en Gálatas 1:8-9 habla de los que enseñan “otro evangelio”. Aunque puede ser refrescante comunicar verdades sólidas usando una terminología variada para las nuevas generaciones, debemos proclamar la verdad con claridad y bien alineada con la soberanía de Cristo. Un joven amigo, frustrado por la falta de fruto en la evangelización de la iglesia, dijo, “Debemos redefinir el evangelio”. Los ancianos se vieron alertados y hablaron con el joven, quien explicó que se refería a la manera en que evangelizaban. Sin embargo, las palabras que usó daban a entender una mala doctrina. Los ancianos deben ser conscientes del cambio de significado en las palabras usadas.

3. ¿Evito los rumores?

Ni presten atención a fábulas”. ¿Cito relatos o afirmaciones que rotan por internet sin tratar de validad su autenticidad o credibilidad? Un joven enseñando a un grupo de jóvenes usó una estadística fabulosa para apoyar un punto. Cuando le preguntaron sobre la fuente de la información, citó una revista nacional conocida más por los chismes que por su integridad periodística.

4. ¿Evito las minucias?

…y genealogías interminables”. Perdemos credibilidad cuando sacamos puntos menores y exponemos más allá de lo razonable del texto bíblico, al punto de excluir el significado obvio y el propósito del pasaje, además, con esto desperdiciamos el tiempo de todos. Al parecer, en los días de la iglesia primitiva eran expertos en diseccionar las genealogías bíblicas o sus propias genealogías, todo en un esfuerzo de darse importancia como maestros de la verdad.

Hace un tiempo, una pareja de bailarines sobre hielo de categoría mundial se dio a conocer por ser la primera en lograr un movimiento único en competición. Ellos después afirmaron que si lo único que lograban era ser los primeros en hacer algo así, sería suficiente para su carrera. ¿Habrá en mi corazón un deseo similar de hacerme famoso al encontrar alguna verdad única y escondida, que nadie más haya descubierto? ¿Insisto en presentar una y otra vez mis pequeñas quejas o mis doctrinas favoritas? No procuremos ser como los fariseos que se preocupaban por diezmar la menta, el eneldo y el comino, pero dejaban de lado lo más importante de la ley.

5. ¿Mi enseñanza edifica la obra de Dios por fe?

Acarrean disputas más bien de edificación de Dios que es por fe”. Para decirlo en pocas palabras, ¿mi predicación estimula los demás? ¿O más bien se sienten acusados y culpables? Esto no quiere decir que debemos tratar de agradar a los demás buscando un amén para sentirnos bien. Sin embargo, el Espíritu Santo es el encargado de convencer de pecado. De vez en cuando procuro enseñar un curso de homilética (predicación) donde los estudiantes deben dar dos sermones de 15 minutos a la clase. Casi sin falta, el primer sermón que da un predicador neófito es uno de crítica y corrección. Resulta fácil decir a los demás lo que hacen mal. Muchas veces hay que enseñar a los estudiantes a hablar con gracia y usar sus sermones para exaltar a Jesucristo. Incluso Pablo, en su amonestación a los Corintios dijo “… predicamos a Cristo crucificadome propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor. 1:23, 2:2). Luego dedica el resto del libro a mostrarles cómo el “Cristo crucificado” hace toda la diferencia. El mensaje de Cristo no es uno de condenación, sino de perdón y gracia, no una insistencia de guardar las leyes Cristianas, sino una invitación insistente a tener vidas libres de pecado por la gracia de Dios por la fe.

6. ¿Es la meta de mi enseñanza “el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida”?

Un corazón limpio quiere decir que no predico o enseño por motivos personales, como “desquitarme” con uno de los oyentes, o tratar de impresionar. Una buena conciencia quiere decir que no interpreto mal el texto bíblico, o no exagero mis ilustraciones, o no digo una cosa en palabras, pero sugiero otra cosa. Una fe no fingida quiere decir que realmente creo lo que enseño, y lo incorporo en mi vida.

7. ¿Comunico de tal manera que las personas entienden?

De las cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería”. En una ocasión, después de un sermón, alguien le dijo a un predicador, “Eso fue muy profundo”. El predicador preguntó, “¿qué fue exactamente lo que aprendió?”, a lo que el oyente respondió: “No sé, ¡pero realmente fue profundo!” Para mi vergüenza digo que ese predicador era yo, pero mi predicación no había sido profunda, simplemente fue clara. Si las personas no pueden decir lo que aprendieron, entonces quizás no he comunicado bien. En efecto, fue “vana palabrería”. Sin duda, el oyente a veces está distraído, o el pecado puede cegarlo. Pero, como portavoces de la Palabra de Dios, no pensemos que el problema está en los oyentes. Asumamos la responsabilidad en torno a la claridad y la fuerza lógica de mi mensaje.

8. ¿Realmente entiendo lo que digo?

Queriendo ser doctores de la ley, sin entender ni lo que hablan ni lo que afirman”. La enseñanza y la predicación requieren duro trabajo y estudio. Estudiar lo que otros han dicho sobre algún tema o pasaje bíblico puede ser de ayuda para identificar puntos débiles en nuestro estudio o perspectiva, pero los pensamientos de otros nunca deben remplazar el trabajo del estudio personal de la Palabra y la oración.

9. ¿Soy humilde en mi enseñanza?

… lo que afirman”. Probablemente has escuchado del predicador que escribió al lado de sus notas para un sermón, “Punto débil, ¡golpea más duro el púlpito!” Un predicador seguro suele impresionar a la gente, ¡pero nuestra meta no debe ser impresionar! Los falsos maestros suelen exhibir confianza más que humildad. Sin embargo, se requiere verdadera humildad para admitir falta de entendimiento o conocimiento cuando no sabemos algo, o cuando algo en la Biblia no está claro. Tal actitud tiene más influencia que el exceso de confianza porque la humildad habla de credibilidad.

Esta lista de advertencias nos puede ayudar a estar alertas con nosotros mismos y todo el pueblo de Dios (Hechos 20:28). Cada punto representa una elección que debemos hacer al tratar de presentar la Palabra de Dios. La manera equivocada es la más fácil. La manera correcta requiere humildad, gracia y el duro esfuerzo de estudiar y comunicar la Palabra de Dios como mensajeros ungidos. Estos puntos nos deben ayudar a evaluar nuestra propia enseñanza como también la enseñanza de otros en el rebaño que Dios desea guardar.
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Adaptado de Apuntes para Ancianos
Foto por Enoc Valenzuela on Unsplash

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