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LIDERAZGO HUMILDE

por Chuck Gianotti

Timoteo mantuvo una relación única con Pablo, su mentor, algo que pocos experimentan. Pablo se gozó en compartir con él su sabiduría y discernimiento (que eran inspirados). Esa fue la parte fácil de la relación, a todos nos gusta dar consejos y tener cerca a jóvenes que nos escuchen atentamente. Sin embargo, hay pocos Timoteos que desean esa influencia. En esta ocasión quisiera que nos pusiéramos en las sandalias de este joven discípulo, para aprender de Pablo.

La receptividad de Timoteo fue lo que hizo funcionar esta relación. Este ya tenía bastante conocimiento cuando Pablo lo encontró. ¡Sin duda no podía rechazar una educación teológica y pastoral gratuita! Aunque en realidad sí tuvo un precio alto. Le costó sacrificar toda su vida. Y no sería fácil, en tres ocasiones Pablo habla de la buena milicia o de pelear la buena batalla (1.18, 6.12, 2 Tim. 4.7). Sin embargo, Pablo vivía y demostraba bien su corazón de servicio a Dios. Vemos su pasión cuando abre su corazón en esta carta a Timoteo.

El uso legítimo de la ley
Irónicamente, después de advertir a Timoteo acerca de las actitudes equivocadas en la enseñanza de la Palabra (lee aquí nuestra publicación anterior), ¡Pablo pasa a hablar de la ley diciendo que es buena (1 Tim. 1:8)! También escribió algo similar en Romanos 7:12 y 16. ¡Estas resultan ser palabras inusuales al provenir de alguien que argumentó en contra de guardar la ley para la justificación! Sin embargo, la ley tiene su lugar, especialmente cuando se trata de identificar lo que “se opone a la sana doctrina” (1:10). La predicación debe incluir el concepto de pecado, y ¿cómo podemos saber qué es pecado sin el conocimiento de la ley? ¿Cómo pueden las personas conocer la ley sin que un predicador les hable de ella? Especialmente hoy´, muchas personas simplemente desconocen la ley de Dios, y por ello no comprenden su pecado y su necesidad de salvación. Aunque muchos son criados en una “cultura religiosa”, hay una lamentable ignorancia de las normas de la justicia de Dios.

Auto análisis sobrio
Pablo, que nunca fue un hipócrita y tenía buen conocimiento de la ley, aplica la ley a sí mismo. No puede escapar del juicio formal sobre sí mismo según lo que dice en Romanos 12:3. Como siervos del Señor no podemos darnos el lujo de tener más alto concepto de nosotros que el que debemos tener. Imagina qué pudo pensar Timoteo al leer las palabras de su mentor en 1 Tim. 1:12-17, “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1:15). Pablo no estaba exagerando, hablaba en serio. Lo único que él aportó al servicio de Dios fue “fidelidad” la cual el Señor reconoció (1:12). Dios le fortaleció; Dios tuvo misericordia de él. Pablo era ignorante, indigno, y muchas otras cosas que la ley identifica como pecado. Lo más admirable es que Pablo habla en tiempo presente: ”Yo soy el primero”. Pablo todavía se consideraba así.

Un ejemplo supremo
Luego procede a decir que la razón por la cual encontró misericordia fue “para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en Él para vida eterna” (1:16). Nosotros, como ancianos y siervos de Dios, a veces podemos interpretar mal y aplicar erróneamente la enseñanza de Pablo. Él no dice que sus grandes habilidades oratorias son un ejemplo de ministerio para todos los creyentes. No dice que su gran fidelidad es un ejemplo, tampoco su gran adherencia doctrinal ni su posición en la asamblea. El ejemplo que tiene en mente incluye el hecho que él mismo es un pecador. En realidad, el ejemplo es la paciencia de Cristo obrando en Pablo, quien es un pecador. El enfoque está en lo que el Señor puede hacer. En otras palabras, si Dios puede usar a Pablo, ¡puede usar a cualquiera! El apóstol no rehúsa este juicio de sí mismo, porque es cierto. Procurar que los demás pensaran de él de otra manera sería hipocresía y no coincidiría en su doxología: “Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1.17).

¿Puedes ver lo que Pablo está diciendo? En los versículos 9-10 dio una lista de los pecados y pecadores que merecen la censura de la ley. Con esto en mente, Pablo tiene debe incluirse a sí mismo. ¿Estará exagerando Pablo? Pero para que no lleguemos a esa conclusión así, Pablo comienza su confesión con, “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos” (1:15). Él conocía bien la santidad de la ley, pues fue entrenado con la mejor educación rabínica posible. Fue instruido personalmente por Cristo (Gálatas 1:11-12). Al advertir al joven Timoteo sobre los falsos maestros y hablar de la santidad de la ley para identificar el pecado, seguramente le abrumó la asombrosa realidad de la santidad de Dios. Y quizás uno de sus encuentros con Jacobo (Gálatas 1.19, 2.9) le dejó aceptando el principio que él presentó en su carta: “Hermanos, míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (Santiago 3:1).

Indigno y consciente de ello
Entonces, al leer con Timoteo, debemos recordar que enseñamos, predicamos y dirigimos sólo por la obra de Dios en nuestras vidas. No tiene nada que ver con nuestras habilidades, talentos o dones. ¡Siempre debemos estar conscientes de nuestro pecado ante Dios! Somos indignos. Debemos luchar contra la tendencia de poner cara de santos los domingos a la mañana y actuar como que no cometemos errores ni nos desviamos de las normas morales que deseamos. Como ancianos, debemos llegar a ser más transparentes, dispuestos a reconocer cuando estamos equivocados, cuidarnos del orgullo y la arrogancia, confesar nuestros pecados los unos a los otros (Santiago 5.16). Lo que Dios más desea es la fidelidad y la humildad honesta.
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Adaptado de Apuntes para Ancianos
Foto por Ben White en Unsplash

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