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FUNDAMENTOS PARA EL SERVICIO – PARTE 1

por Chuck Gianotti

 

El ideal bíblico en cuanto al entrenamiento de líderes es cuando un mentor de mayor experiencia entrena a un joven líder cristiano. Una amplia visión de esto la tenemos en los escritos que el apóstol Pablo envió a Timoteo. Así como el apóstol instruyó en varias ocasiones, nosotros también debemos seguir su ejemplo apostólico (ver Filipenses 3: 17, 4: 9, 1 Corintios 4: 6). De estos pasajes podemos inferir que debemos buscar un mentor (si somos más jóvenes) o buscar ser mentores de alguien (si somos mayores y tenemos más experiencia).

Somos pocos los que hemos tenido un mentor y, por ello no sabemos muy bien cómo ser buenos mentores para otros. Sin embargo, podemos aprender algunos fundamentos al observar la relación de Pablo y Timoteo, según lo revelado en su segunda carta. En esta breve carta podemos adoptar al apóstol como nuestro mentor personal y también observar su corazón y método para capacitar a otros.

Desde el comienzo de esta carta, Pablo considera su identidad en su 1) don espiritual como apóstol, 2) sumisión a la “voluntad de Dios” y 3) arraigo a las promesas de Dios. ¡Mantenerse enfocado en esto es el fundamento del servicio al Señor y su pueblo!

El ser mentores no es algo que deba institucionalizarse, como si fuese un programa de entrenamiento militar, o reglamentado dentro una estructura de autoridad eclesiástica. Más bien, debe caracterizarse por una relación personal y de afecto (“amado hijo”). Y es evidente que Pablo desea gracia y paz para el lector de su carta (como lo hace en todas ellas, y aquí añade misericordia también); tres ingredientes necesarios para un ministerio espiritual genuino.

Timoteo no es mencionado como apóstol, pero el término “líder cristiano” describiría adecuadamente su ministerio de enseñanza, exhortación e influencia. A este joven líder cristiano, Pablo le da a entender que en el servicio al Señor y a su pueblo, dos cosas son necesarias: ¡La gratitud y una limpia conciencia! Gratitud, porque el liderazgo es un privilegio y no un derecho; y como tal es algo que debe despertar la gratitud. El liderazgo no es algo al que alguien tenga derecho, por ejemplo, gracias a su capacitación teológica o por años de servicio fiel. Entender esto de forma equivocada resulta en la ruina de muchos hombres que sienten que tienen el derecho a ser ancianos o líderes. Aunque una persona puede capacitarse para el liderazgo mediante su estudio de La Palabra, viviendo fielmente y adquiriendo experiencia en distintos escenarios de liderazgo, el verdadero y legítimo papel de líder entre el pueblo de Dios es algo que sólo Dios imparte. Así como hace con todos los dones y servicios espirituales. La ambición personal de alcanzar “logros” conduce a un fracaso espiritual o en el mejor de los casos a una ineficiencia espiritual. William Mac Donald señala que: “Debemos recordar que (Pablo) escribía desde un calabozo romano”, y aún así estaba agradecido por el privilegio de servir a Dios (véase también Hechos 5: 41 donde Pedro y Juan estaban “gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre”).

Más adelante, Pablo se refiere al valor de lo genuino en su servicio (“limpia conciencia”). Él no sólo cumplía formalmente con lo que se podía esperar de los líderes (ver Gálatas 1 y 2 donde afirma que estaba libre del síndrome de “agradar al hombre”). Los líderes deben tener en claro a quién sirven (es decir, a Dios), y por qué sirven (por la voluntad de Él, no por la suya propia).

Como mentor por excelencia, vemos a Pablo recordándole a Timoteo su trasfondo espiritual y herencia de la fe (vs. 5), y desafiándolo a vivir a la altura de los dones de Dios en su vida (vs. 6); o, adaptando las palabras de Gálatas 5:25, adecuando su paso en consonancia con los dones del Espíritu en su vida y ministerio. Pablo poseía una percepción única de los dones de Timoteo, pero también de su timidez (vs. 7), y le exhortó a servir en “poder, y amor y dominio propio”. Los hombres más jóvenes necesitan mentores dispuestos a proveer este tipo de estímulo, es decir, una exhortación enraizada en un amor afectivo.

Siendo un hombre joven deseoso de servir al Señor, me encontré en una determinada situación particular en la que fui responsable de haber tomado una mala decisión que afectó a otros. En esa ocasión, un hermano mayor se me acercó con amor y preocupación, y me dijo: “Recuerda esto: un hombre que nunca se equivoca, es un hombre que nunca hace nada”. Al mismo tiempo me reprendió (su afirmación reconocía que verdaderamente yo había tomado una mala decisión) y también me estimuló (él reconoció que yo había hecho un esfuerzo genuino). Este consejo de parte de un hermano de confianza me animó a continuar haciendo los ajustes necesarios. Del mismo modo, Pablo, como mentor, humildemente da a entender que él también luchó con el temor, cuando hace uso del pronombre “nos” (vs. 7). Qué hermosa reprensión que seguramente llevó a Timoteo a realizar una acción correctiva.

Un consejero no puede pedirle a alguien que logre un estándar mayor al que él mismo haya logrado. Pablo aceptó sufrir en su propio servicio, y por ello invita a Timoteo al mismo sufrimiento. En el caso de Timoteo, implicaba no tener vergüenza de dar “testimonio del Señor” (vs. 8). Otros podrían menospreciarlo por su servicio para el Señor y por tanto no debería retraerse de los aspectos más difíciles del servicio.

El ministerio es un llamado, y Pablo quiere enfatizar esto a su aconsejado. Dios “nos salvó y llamó con llamamiento santo” (vs. 9). Él fue designado como predicador, apóstol y maestro (vs. 11), así mismo Timoteo fue designado por medio de la imposición de manos (vs. 6). El liderazgo debe ser considerado un llamado, de otra manera el sacrificio será demasiado grande. Desde el punto de vista humano, se ha dicho que los líderes necesitan tener una piel gruesa para soportar las dificultades. ¿Y cuáles son éstas? Largas horas de trabajo, preparación para el ministerio a altas horas de la noche, resistencia, conflictos, tratar con personalidades fuertes o inmadurez espiritual, y la lista continúa. Sin mencionar la carga de las vidas espirituales de los cristianos. Pablo se presenta a Timoteo como ejemplo de estas cosas (vs. 12).

Él está convencido, en relación con su vida y ministerio, que Dios “es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (vs. 12). Él se atrevió a creer que el Señor lo había llamado para su ministerio y por ello se sacrificaba en gran manera por ese llamado; y luego dejaba los resultados en manos de Dios. Cuando los líderes asumen la responsabilidad por los resultados de su ministerio, están condenados al desaliento o a una satisfacción superficial. ¿Cómo podría alguien medir la efectividad de cierto período de tiempo, cuando el Dios de la eternidad, para quien un día es como un año, y un año como un día, se reserva la evaluación de nuestro ministerio para más adelante? Evitemos emitir valoraciones superficiales que se fíen del tiempo que tienen los ministerios y los ministros de Dios. Nuestra meta es desarrollar con fidelidad nuestros dones, y dejar los resultados a Dios. ¡Nuestra meta es dar testimonio fiel de nuestros dones y mostrar la gloria de Dios mediante la paciencia y fidelidad cuando no veamos los resultados durante nuestra vida!

Por lo tanto, según el ejemplo de Pablo, debemos seguir el paso del Espíritu (vs. 14) y guardar el “buen depósito” que se nos confió, es decir nuestro ministerio para el Señor. Debemos guardarnos del desánimo, de los sentimientos de rechazo, la autocompasión y la comparación con otros. No permitamos que nuestro ministerio falle; pues esto eliminaría cualquier esperanza de que Dios pueda utilizarnos. David temía llegar a volverse inútil para los propósitos del Señor; ésta es la esencia de su ruego: “No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu” (Salmo 51:11). Pablo temía ser “descalificado” (1 Corintios 9:27).

En consecuencia, como ancianos, guardemos el tesoro del liderazgo espiritual para que no nos volvamos inútiles para los propósitos de Dios.

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