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Liderazgo con visión

“Visión” es una palabra típica en el mundo de los negocios y en las iglesias. Es una palabra positiva, que el diccionario define como “discernimiento extraordinario o previsión”. Algunas personas la poseen, otras parecería que no. ¿Qué es lo que realmente hace la diferencia?

Bueno, los discípulos fueron los pioneros, ese conjunto de hombres que revolucionarían al mundo como testigos designados de Cristo (Hechos 1:8). Estos seguidores del Señor Jesús no fueron por naturaleza hombres de visión. Provenían de una vida cotidiana monótona, atrapados en diarias y aburridas rutinas como todos los demás, sin ninguna esperanza más allá de su mera existencia.

Los hombres de visión no saltan como tostadas de un tostador en medio de las carreras de un domingo por la mañana. Jesús inició la primera chispa de luz en sus novatos seguidores, diciéndoles: “Bienaventurados vuestros ojos, porque ven…” (Mateo 13:16) ¡Y luego comenzó a alimentar esas chispas hasta que se hicieron llamas!

¿Cómo podremos convertirnos en personas de visión? Esta pregunta es un desafío para la iglesia de hoy. La respuesta parece muy simple: Cultivar un carácter piadoso, forma una visión piadosa. Una mirada rápida a la despedida del Apóstol Pablo de los ancianos de Éfeso en Hechos 20, nos revela algunos de estos requisitos de carácter. Pablo había pasado tres años alimentando la joven fe que se había encendido en sus corazones (Hechos 20: 31). Ahora le estaba dando un último soplo a ese fuego. Ya no los vería más, sin embargo, no les dejó ningún plan detallado. Por el contrario, el discurso de Pablo indicó las cualidades necesarias para apropiarse de una visión de Dios para ellos.

Cada generación, cada nueva guardia, debe tener su propia visión proveniente de Dios. No necesitamos transferir nuestros diseños humanos de maneras de hacer y poner en práctica el ministerio. No queremos que las generaciones que nos sucedan imiten nuestro estilo externo de hacer las cosas, como si fuesen fotocopias. La mejor herencia que podemos pasar de una generación a otra es un carácter como el de Cristo, que engendre una visión sacrificial para el Reino de Dios.

La piedad hace la diferencia entre una visión que proviene de Dios y una visión que proviene del hombre. En este magnífico discurso de Pablo, notamos seis características necesarias para transformarnos en ancianos unidas por una visión por la Obra de Dios. En esta edición cubriremos dos de ellas.

Una visión piadosa requiere humildad

Sirviendo al Señor con gran humildad…” (Hechos 20:19) La humildad es la más elusiva de las cualidades del carácter cristiano. El mismo esfuerzo por ascender a esta cualidad constituye justamente lo opuesto a aquello que tratamos de alcanzar. Aun así, ¡las Escrituras están saturadas de enseñanzas sobre este tema! Véase, por ejemplo, Romanos 12:3 y Filipenses 2: 1-11.

Para tener una visión piadosa, debemos desechar la necesidad de atraer la atención hacia nosotros. “Porque no es aprobado aquel que se alaba a sí mismo sino aquel a quien Dios alaba” (2 Cor. 10: 18). Si esta es la visión que proviene de Dios, Él mismo se encargará de reconocernos. Tenemos la libertad de dirigir todo crédito y toda la atención hacia Él.

Algunos parámetros útiles de medición son: 1) ¿Con cuánta frecuencia uso el pronombre personal cuando hago referencia a “mi” visión? 2) ¿Cómo reacciono cuando otros están en desacuerdo conmigo o se oponen a mi visión? 3) ¿Me quejo de otros que no comparten la visión? Una visión piadosa no es altanera, autoafirmante, de grandes proporciones o de mucho bombo; “Porque pienso que Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles en último lugar, como a sentenciados a muerte; porque hemos llegado a ser un espectáculo para el mundo, tanto para los ángeles como para los hombres. Nosotros somos necios por amor de Cristo… hemos llegado a ser, hasta ahora, la escoria del mundo, el desecho de todo” (1 Corintios 4: 9-13)

Entonces, ¿cómo obtenemos humildad? Una cosa es segura; cuanto más tratemos de alcanzarla por medios humanos, más elusiva será. Es verdad que una y otra vez se nos insta en las Escrituras a humillarnos, pero sólo Dios puede traer humildad a nuestras vidas y necesitamos aceptar las herramientas que Él usa: las pruebas, oposición, adversarios, circunstancias humillantes. Estas cosas pueden exponer nuestro orgullo (“¿Por qué yo?”), o desarrollar nuestra humildad (“Señor, gracias por podarme a mi tamaño adecuado”). Me parece que “humillarnos a nosotros mismos” es más una aceptación del obrar de Dios en nuestras vidas, que una actividad que podamos “hacer” en nuestras fuerzas.

Una visión piadosa requiere pasión

 

“… con lagrimas…” (Hechos 20:19). Pablo fue ejemplo de la pasión que tenía el Señor Jesús. No era una elección estéril ni lógica, sino que la pasión de Pablo catalizó su visión. Según el diccionario, “pasión” es “un sentimiento intenso y motivador”. No hay visión sin pasión. Mucha de nuestra visión espiritual es obstruida por falta de tiempo en nuestras vidas agitadas. En ningún lado la Escritura dice: “Si tenéis tiempo, entonces ocupaos de la visión”. El problema no es realmente una de tiempo sino de prioridades. Siempre podemos tener tiempo para aquello que nos apasiona profundamente. Aquello que sea nuestra pasión, se convierte en nuestra prioridad. Lo que sea nuestra prioridad, absorberá nuestro tiempo.
El Señor mismo estuvo motivado por Su pasión por la humanidad. “Porque de tal manera amó Dios al mundo…” (Juan 3:16), por eso le dio prioridad. El Creador ansiaba que la creación, que reflejaba imagen, fuera reconciliada con Él. El corazón del apóstol Pablo estaba acongojado cuando dijo: “tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón, porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne” (Romanos 9: 2-3). Se dice que Juan Knox llegó a orar: “Señor, dame a Escocia para ti, o moriré.”

¿Cómo podemos desarrollar está clase de pasión? Comienza por orar, “Oh Señor, rompe las fortalezas de mis pasiones carnales y mis deseos egocéntricos. Quebranta mi corazón con aquello que quebranta tu corazón”. Luego, ve y ponte a disposición de aquellos que están luchando, aquellas personas que no son fáciles de amar en tu congregación, los rechazados y marginados, y aquellos que están doloridos. Escucha, siente y alcánzalos.
(Continúa en el próximo blog)
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