En nuestro blog anterior, dimos una mirada al tema fundamental del liderazgo en la iglesia. Ahora veremos un segundo tema importante: el sacerdocio de todos los creyentes. Este es un tema muy amplio y responde a la pregunta: “¿Que posición tienen en común todos los creyentes en la adoración y el servicio de la iglesia?” Nuestra intención es sólo abordar algunos puntos significativos, pero estos deberían bastar para resaltar nuestro objetivo en esta serie. ¿Cómo se pueden confirmar y defender estas verdades vitales en el entorno de una iglesia local?
La idea básica del sacerdocio es el acceso a la presencia de Dios. El diseño original de Dios para su pueblo Israel era que fuera toda una nación de sacerdotes (Éxodo 19:4-6). El pecado cambió esto, y la tribu de Leví fue apartada para ocuparse de acercar la nación a Dios. El diseño del templo impedía el paso a la presencia de Dios, y dicho acceso estaba limitado a un solo hombre, el Sumo Sacerdote, una vez al año, y bajo estrictas condiciones. La imagen era clara: Dios es santo, y la gente común no debía acercarse.
¡Qué contraste tenemos en el Nuevo Pacto! El escritor de Hebreos presenta la superioridad de Cristo, el Gran Sumo Sacerdote, estableciendo así un sacerdocio celestial para un pueblo celestial. Ya no se necesita un templo terrenal, ni un altar, ni un sacrificio. A través de Su obra en la cruz, los pecados que antes sólo eran cubiertos (descrito con la palabra hebrea “expiación”) han sido totalmente pagados, y el velo o cortina que cerraba el camino se ha rasgado. Ahora todo creyente está invitado: “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe…” (Hebreos 10:22). Sin este acceso, la comunión con Dios y la adoración espontánea serían imposibles. El Dr. Frederick Tatford señala que “toda comunión es recíproca”, o sea, ofreciendo la adoración a Dios y recibiendo las bendiciones de Dios. Dice: “Para su comunión con Dios, la iglesia depende de la eficacia de la obra sacerdotal de su Señor”.
Al escribir a los creyentes de todo el Imperio Romano, Pedro llama a todos a que sean “un sacerdocio santo”, “un sacerdocio de estirpe real” (I Pedro 2:5, 9). Al describirlos como “niños recién nacidos” (v. 2) y “piedras vivas” (v. 5), el contexto deja claro que la referencia es a todos los creyentes y no a un grupo especial dentro de la iglesia. El apóstol Juan concuerda, al escribir a los amados por el Señor, “nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre…” (Apocalipsis 1:5,6).
A cada nuevo creyente se le debe enseñar esta verdad, y ayudarle a que la adopte como parte de la herencia de todos los que están “en Cristo”. Es una verdad fundamental de la asamblea del Nuevo Testamento, y tiene importantes implicaciones para la madurez espiritual a través de la participación práctica en la adoración y el servicio.
Si dejamos que la naturaleza siga su curso, la gente dejará que aquellas personas a quienes consideren más calificadas se ocupen de la adoración y el servicio dentro de la iglesia, convirtiéndose de esta manera en simples espectadores. El “perfeccionamiento de los santos” (Efesios 4:12) requiere varios ingredientes importantes que los ancianos deben salvaguardar. Por un lado, una buena enseñanza de la sana doctrina es fundamental. En segundo lugar, la asamblea debe ser un entorno en el que se fomente e implemente la verdad de manera práctica. Por último, en la estructura del liderazgo no debe existir nada que resulte contrario a todo esto, es decir, no debe haber un clero profesional a través de quienes se limiten las funciones espirituales.
Esto demanda vigilancia, dado que mientras los ancianos velan por la iglesia y su funcionamiento, el enemigo socavará esta verdad, y tratará de desacreditar los principios bíblicos que conducen a la madurez espiritual. Hay dos puntos que merecen atención especial.
La presión social es poderosa, y los creyentes jóvenes pueden impresionarse más por lo que “hacen la mayoría de las iglesias”, que por el estudio cuidadoso de la Biblia. ¡Esto se hace más difícil cuando observamos cómo tantas iglesias evangélicas incluyen una mención del sacerdocio del creyente en sus declaraciones doctrinales! La respuesta no estará en juzgar o criticar a otros grupos, sino en vivir en la práctica lo que se enseña públicamente.
¡Los ancianos y los maestros de las Sagradas Escrituras no deben asumir que los nuevos creyentes entenderán la diferencia entre la teoría y la aplicación práctica! La verdad debe ser expuesta desde las Sagradas Escrituras, y demostrada en la vida de la asamblea. Si el Señor llama a alguno a servir en privado, no necesita “permiso” de las autoridades humanas. Si el Señor llama a alguien a un servicio especial o al campo misionero, no necesita esperar hasta ser “ordenado”.
Muchos ignoran la obra del diablo en contra de esta doctrina. Algunas iglesias están llenas de santos sentados en silencio mientras que la “santa cena” y el “ministerio espiritual” son llevados a cabo delante de ellos por “profesionales”. Los dones permanecen inactivos y mientras tanto la enseñanza resulta impartida por un hombre, y la dirección del Espíritu en la adoración y el servicio en la mayoría de los casos no estará disponible para los “laicos”. La impresión generalizada será que a Dios le encanta que sea así, pero una asamblea según el Nuevo Testamento debería brillar como un faro en medio de esta oscuridad.
Otra área en la que se necesita enseñanza sólida es en ayudar a los creyentes a distinguir entre el sacerdocio como derecho de nacimiento de todo hijo de Dios, y los diferentes roles que Dios nos asigna para preservar el orden en la iglesia. Al igual que en la Santísima Trinidad, donde cada persona de la Divinidad asumió un papel diferente para llevar a cabo la redención, aun así, preservando igualdad en gloria, majestad y deidad, el creyente debe valorar aquella posición de ser un sacerdote para Dios, pero funcionando de diferentes maneras y tiempos, en diversos escenarios.
Tomemos un simple ejemplo. Los sacerdotes creyentes, ya sean hombres o mujeres, pueden adorar u orar, o servir como se les indique a lo largo de la semana. Sin embargo, cuando la iglesia se reúne, Dios requiere que los hombres lideren la adoración o ministerio público y que las mujeres los apoyen en quietud.
También es importante comprender que hablar en voz alta nunca es un requisito para la adoración u oración. Dios escucha igualmente la adoración u oración, ya sea silenciosa o audible. La cuestión, entonces, no es el acceso a Dios, sino el liderazgo. Dios desea que los hombres aprendan a liderar en sus familias y en la iglesia.
Pablo enseña en 1 Corintios que los dones, ministerios y funciones de liderazgo difieren dentro del cuerpo según lo que la Cabeza (Cristo) delegue a cada uno. Pero debido a su posición “en Cristo”, todos los creyentes tienen el derecho y el privilegio de acercarse a Dios por medio suyo. Los sacrificios espirituales que deben ofrecerse incluyen la presentación de nuestros cuerpos a Dios, (Romanos 12:1), el sacrificio de alabanza, la realización de buenas obras y el compartir unos con otros (Hebreos 13:15,16). Dios se complace con todos estos sacrificios sacerdotales.
En conclusión, los ancianos tienen la solemne responsabilidad de salvaguardar la verdad del sacerdocio de cada creyente, asegurándose de que la doctrina sea enseñada y vivida por los santos dentro de la vida de la asamblea. La participación en la Cena del Señor y en la reunión de oración será un indicador del estado de salud de la asamblea.
Algunas buenas preguntas para dialogar: ¿Supervisan los ancianos y los diáconos, la participación de los creyentes en los ministerios temporales y espirituales, o es el 10% de las personas (el liderazgo) el que hace el 90% del trabajo? ¿Están los hombres más jóvenes siendo entrenados para pastorear grupos pequeños, predicar la Palabra y desean ayudar y cooperar con un liderazgo futuro conforme a la guía del Señor? ¡La oración es muy importante, y la planificación no apaga la tarea del Espíritu Santo en hacer que tales oraciones se conviertan en realidades!
____ Adaptado con permiso de APA
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