Hoy en día, muchos están desechando la interpretación del pasaje de 1 Timoteo 2: 11-12, que por siglos ha indicado que la participación de una persona en el liderazgo y la enseñanza se ve afectada dependiendo si se es hombre o mujer. Para algunos, la comprensión y la aplicación literal de este pasaje es difícil de ignorar y es vista como una verdadera limitación, que hasta resulta “vergonzosa”, en nuestra cultura moderna y civilizada.
Estos versículos se destacan de una manera tajante y concisa, y parecen ser demasiado claros. Ante esto, y en un esfuerzo por ser relevantes en nuestra cultura actual, y para ser más justos con las mujeres, han surgido nuevas interpretaciones con la intención de ‘permanecer bíblicos’, pero diluyendo la firmeza de la enseñanza de versículos como éstos. En el ambiente evangélico existe una gran presión para minimizar o eliminar todos los roles de la iglesia que están basados según el género.
Adoptamos la postura imperturbable que la manifestación de piedad de una mujer, como en los versículos señalados anteriormente de 1 Timoteo 2, es no incluirla en un papel de enseñanza o liderazgo sobre hombres. ¿Cómo podemos entonces responder a aquellas objeciones expresadas en contra de este punto de vista? Aquí enumeramos algunas de las objeciones más comunes:
Dado que la cultura del primer siglo relegaba a las mujeres a una posición inferior, se argumentaría que Pablo solamente apelaba a las damas para que ocuparan un lugar apropiado en esa cultura. Continuando con ese razonamiento, dado que hoy las mujeres ya no son vistas como inferiores, la enseñanza de Pablo no tiene más aplicación. ¿Es un argumento válido decir que 1 Tim. 2: 11-12 está limitado a la cultura? Creemos que no. Si consistentemente aplicáramos esa clase de razonamiento, debilitaríamos otras verdades de la Biblia. Por ejemplo, se podría concluir que el bautismo y la Cena del Señor estarían limitados culturalmente, dado que otras religiones de esa época realizaban ritos similares.
O consideremos la expiación sustitutiva de Cristo a nuestro favor. La idea de que alguien tomara el lugar de otro en una sentencia era mejor entendida dentro de la cultura del primer siglo que en la actualidad. Si hoy en día una persona es considerada plenamente responsable de las consecuencias de su propio destino, culturalmente no tiene mucho sentido que tenga un sustituto si lo que realmente importa es que Dios nos ama. Sin embargo, el sacrificio de Cristo en nuestro lugar es fundamental en el mismo mensaje del evangelio. Por esto debemos tener cuidado de no apelar al uso de las llamadas “limitaciones culturales” con ligereza. Esto es especialmente cierto a la luz del claro mandamiento de las Escrituras respecto del rol del hombre y la mujer en la iglesia.
Esto es completamente falso. El valor y la dignidad no dependen de la autonomía personal, ni tampoco las libertades individuales de cada persona constituyen un derecho para ejercer cualquier rol posible. Por ejemplo, un hombre no puede quedar embarazado y tener un bebé. ¿Es por ello menos humano, o menos valorado debido a esta limitación? Así mismo, las limitaciones intelectuales o económicas de una persona pueden obstruir su posibilidad de llegar a ser un científico nuclear. Pero en ninguno de estos casos la dignidad o el valor de la persona se disminuyen debido a circunstancias genéticas o situaciones en su vida que están fuera de su control. De igual modo, las limitaciones para la mujer, según lo que establecen las Escrituras, las cuales tuvieron por autor al Creador de la vida, no afectan que ellas puedan disfrutar plenamente de su humanidad y de su dignidad como mujeres.
Algunos afirman que la palabra griega para autoridad (authentein) ocurre sólo una vez en las Escrituras y en realidad significa “dominar”, en el sentido de que es aceptable que una mujer enseñe a los varones, siempre que no sea de una manera dominante o abrumadora. Otros agregarían que Pablo nos advierte allí respecto a las mujeres que sean falsas maestras.
Estos son argumentos débiles para sustentar ambos puntos de vista. En primer lugar, no hay motivo por el cual Pablo señalara sólo a las mujeres para este mandamiento, puesto que los varones tampoco deben comportarse de una manera dominante, (véase Mateo 20.25). En segundo lugar, es cierto que authentein ocurre una sola vez en el Nuevo Testamento, y los diccionarios griegos definen esta palabra tanto “dominar” como “tener autoridad”. Así que recurrimos al estudio del significado de esta palabra en otros escritos griegos antiguos. Allí puede significar simplemente: “tener autoridad”. George Knight II, en un estudio profundo de todos los usos de authentein en el griego antiguo, confirma que el significado natural es ‘tener autoridad’. Igualmente, Wilshire Leland Edward examinó todos los usos de la palabra y concluyó que significa ‘ejercer autoridad’. Ninguno de ellos encontró que el significado de la palabra era ‘dominar’.
Esto encuadra bien con el contexto de 1 Timoteo. En el resto de esta carta no existe ninguna indicación clara de que Pablo tenía en mente a mujeres que dominaran sobre los hombres, ni que fueran falsas maestras. En realidad, cuando menciona los falsos maestros, éstos eran varones. Cuando se mencionan las mujeres en 2 Timoteo 3: 6-7, ellas resultan víctimas de la falsa enseñanza y no las promulgadoras.
Como en ese tiempo Timoteo vivía en Éfeso, ¿no es esta instrucción sólo para ellos, y no para todos los creyentes en otras partes? Ante este argumento, podemos preguntarnos ¿en qué nos basamos para llegar a tal conclusión cuando aplicamos todo el resto de 1 Timoteo a la iglesia actual? También, como ya lo mencionamos, no existe evidencia que el problema fuera el dominio de las mujeres o sus falsas enseñanzas. Claramente, este es un argumento muy débil.
“En Cristo… no hay ni varón ni mujer”. Dios no se contradice. ¡En ambos casos, Él habla clara, definitiva y teológicamente!
Gálatas nos habla de nuestra igualdad en cuanto a la relación con las promesas de Dios que obtenemos por la fe. 1 Timoteo habla del funcionamiento de la iglesia. Uno es ‘soteriología’, el otro es ‘eclesiología’. Nuestra relación vertical con Dios no depende de nuestro género, pero sí afecta nuestras relaciones horizontales los unos con los otros. Por ejemplo, aunque somos igualmente redimidos, al hombre no le es permitido hacer ciertas cosas que una mujer puede hacer. Un hombre no puede casarse con otro hombre, mientras una mujer puede casarse con un hombre. Gálatas 3: 28 no elimina todas las diferencias entre el varón y la mujer. Tampoco anula ni limita la enseñanza de 1 Timoteo.
Concluimos entonces que no hay razón para ignorar la enseñanza clara de 1 Timoteo 2: 11-12. En verdad, una traducción más literal del griego diría, “no enseñar, ni aun tener autoridad”. La piedad en una mujer evita el ejercer autoridad o liderazgo sobre los hombres, dado que, si lo hace, la feminidad que posee se verá sacrificada en el intento de adquirir masculinidad. La piedad en una mujer incluye una sumisión humilde hacia la enseñanza y la autoridad en la iglesia. Esto no quiere decir que ellas no puedan interactuar o participar en el proceso de enseñanza, sino que se es una referencia a la actitud con la cual aprenden.
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