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El principio maestro del Maestro

Las enseñanzas del Señor Jesucristo son completamente opuestas a los principios del mundo. Sin duda, aquello que el mundo considera de alta estima es lo que para Él normalmente es de poco valor. Las enseñanzas de nuestro Señor fueron consideradas revolucionarias. Consideremos algunos de sus principios: En cuanto a nuestros semejantes, él dijo: “Amad a vuestros enemigos”; con respecto a los impuestos dijo: “Dad al César lo que es del César”, y acerca de la persecución dijo: “Bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian”. Sin embargo, la mayor enseñanza de nuestro Señor puede hallarse en el área del liderazgo: “cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cualquiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos.” (Marcos 10: 43-44). La mayoría de las personas no tienen ninguna objeción con ser “jefes”, pero el liderazgo servicial les es poco atractivo. En el mundo moderno, el término “siervo” tiene una connotación negativa, pero no es así con el Señor.

A lo largo de la Biblia encontramos este mismo principio. Por ejemplo, no leemos: “Moisés, mi líder”, sino “Moisés, mi siervo”. A muchos de los líderes en la Biblia se los llamó siervos: Abraham, Moisés, Josué, y David, entre otros. En realidad, la palabra “líder” aparece solo seis veces en la Biblia; tres veces en singular y tres veces en plural. En contraste, el sustantivo “siervo” está empleado más de 800 veces, y el verbo “servir” está utilizado más de 300 veces. Más de cincuenta veces en el Antiguo Testamento, el rey David es llamado “siervo del Señor”, y Moisés es denominado “siervo” más de cuarenta veces. Si bien el término “siervo” en nuestro mundo contemporáneo tiene una connotación de humildad e insignificancia, nuestro Señor lo elevó como un principio esencial del liderazgo espiritual.

Nuestro Señor consideró a la iglesia como un cuerpo de creyentes que se servirían unos a otros. El apóstol Pablo expresó la misma idea: “Servíos por amor los unos a los otros” (Gálatas 5: 13). Y por supuesto, nuestro servicio de amor debiera extenderse más allá de los muros de la iglesia, al mundo necesitado que nos rodea. Pero desafortunadamente son pocos los sirven a la mayoría. Nuestro Señor sabía que tal principio no sería bien recibido en el mundo; sin embargo, no se exigiría menos a quienes desearan asumir el liderazgo del Nuevo Testamento. Tristemente, los celos, las envidias y las críticas suelen ser más comunes. Un ex profesor de teología en Wheaton College, Dr. Merrill Tenney, (1904-1985) escribió: “… las mentes de los discípulos estaban inquietas con ilusiones de ser promovidos a cargos en el reino venidero. Estaban celosos de que alguno de sus compañeros reclamara el mejor puesto. ¡Estaban listos para luchar por el trono, pero no por una toalla!”.

Los discípulos del Señor querían la corona, pero no la cruz, querían ser amos y no siervos.

El liderazgo servicial en el Nuevo Testamento acarrea un alto costo. El estimar a otros como “mejores” que uno, y no mirar cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Filipenses 2:3-4) nos resulta difícil. Sin embargo, el Señor Jesucristo solo dijo una vez que nos “dejaba ejemplo” y se trató de su ejemplo lavando los pies de sus discípulos (Juan 13:15); un ejemplo de servicio. Ningún seminario teológico o curso de liderazgo puede conferir este tipo de liderazgo espiritual al pueblo del Señor.

Por último, el mejor y más efectivo liderazgo es el liderazgo servicial humilde. ¿Has observado alguna vez que casi todos los líderes (o siervos) que Dios levantó fueron hombres o mujeres que no aspiraban una posición? Prácticamente no existe un solo líder efectivo que no haya sido impulsado a esa posición por la presión interior del Espíritu Santo y la necesidad de la situación existente. Así fue el caso de Moisés, David, Samuel, los profetas, y el apóstol Pablo en el Nuevo Testamento. Un líder piadoso y efectivo no es aquel que se promueve o elige a sí mismo, cualquiera que lo haya hecho así desde los tiempos de Pablo hasta nuestros días, no habrá tenido buenos resultados.

De hecho, estoy convencido que es justamente al revés. El hombre que es ambicioso, seguro y confiado de sí mismo seguramente está descalificado como líder bíblico. El verdadero líder no tendrá la ambición de señorear sobre el pueblo de Cristo, sino que será humilde, amable y sacrificado. Estará tan dispuesto a ser un seguidor como a liderar. Sin embargo, cuando el Espíritu de Dios deja en claro que alguien debe asumir un liderazgo mayor, éste estará dispuesto a servir de manera incondicional. Este es el tipo de líder que Dios busca y es el tipo de líder que necesitamos.

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* Merrill Tenney, John – The Gospel of Belief, (Grand Rapids, MI: Eerdmans Publishing, 1976), p. 199
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