Blog

EXCELENCIA – PARTE 2

por Chuck Gianotti

En la entrada anterior hablamos sobre la excelencia en el ministerio de predicación en la iglesia. Abordamos el concepto general de “programas” y “predicadores”. En esta ocasión consideraremos la excelencia por parte del predicador. Puesto que se han publicado muchos libros acerca de este tema, en este breve espacio solo queremos “impregnar la bomba de agua”, metafóricamente hablando.

En cierta manera, un “mensaje” o un “sermón” es como una conversación, transmite las ideas básicas del predicador usando los elementos básicos de la comunicación. La falta de claridad y de fluidez razonable en el mensaje, pueden impedir que los oyentes entiendan el contenido del mensaje. Sin embargo, no podemos confinar la mente de Dios a formatos o estructuras apropiados para ciertos entornos. Es decir, una oratoria finamente elaborada no es en sí, suficiente para comunicar el mensaje de Dios.

Consideremos los siguientes ingredientes necesarios, y como estos se relacionan con el predicador mismo y con una fiel comunicación espiritual de las verdades de Dios.

Humildad y temor

Pedro, el primer gran predicador de la era cristiana (por supuesto, después del Señor Jesucristo), escribió lo siguiente: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios” (1 Pedro 4:10-11a, RVR60). Observa que la predicación, es “gracia” de Dios. Por una parte, es un don dado al predicador, que refleja la gracia de Dios. Por otra parte, también es un don de Dios a su pueblo, a través del predicador. El Señor demuestra gracia abundante en proveerse de labios humanos para que Su mensaje llegue a nosotros.

De esto podemos sacar dos conclusiones. Primero, la oportunidad y habilidad de predicar la Palabra de Dios debería humillarnos, no tiene nada que ver con ser mejores o más valiosos que otras personas. No hemos hecho nada para ganarnos el derecho de ocupar la plataforma. En segundo lugar, la predicación es algo que nos ha sido confiado para administrarlo fielmente. Es don del Señor, no nuestro. Somos Sus voceros, no nos atrevamos a olvidarlo. No lo minimicemos con falsa humildad, ni tampoco enseñoreándonos desde el púlpito con autosuficiencia engreída, convirtiéndolo en un intento de querer controlar la Obra del Espíritu Santo entre el pueblo de Dios.

La reputación de Dios mismo está en juego en esto. Humilde y obedientemente cumplamos este ministerio hablado en la misma manera en la que una persona con el don de servicio hace su ministerio. Nadie debe estar por encima del otro. De hecho, Pedro usa la palabra “ministerio” como su siguiente ilustración de fidelidad en el ministerio o servicio. “Si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da” (4:11b).

Has notado el estándar que Pedro señala para la predicación. Debemos hablar como si estuviéramos entregando las “mismas palabras” de Dios. Esto no significa que debemos hablar según nuestra propia autoridad, tengamos muy presente que no somos infalibles en lo que hablamos. Tampoco hablemos con autoritarismo de nuestras propias inseguras y poco sinceras interpretaciones. No es sincero afirmar un punto de vista extraño, sólo con el propósito de ser únicos o autoritarios. Recuerdo la historia acerca de las notas al margen en el sermón de un viejo predicador, él había escrito: “Punto débil; ¡golpea más fuerte el púlpito!”

Nuestra manera de predicar debe ser con un sentir de humildad y temor, cuando hablemos al pueblo de Dios sobre su verdad. Debemos estar sobrecogidos de una profunda humildad y de un temor inspirador y motivador, ante el hecho de que el Señor realmente quiera usarme a mí, un simple vaso. El Maestro del universo no nos confía livianamente con su preciosa verdad; ¡debemos caminar con cautela!

Al mismo tiempo, debemos hablar confiadamente teniendo claro que Dios se está comunicando a través nuestro. Sólo somos el instrumento; el mensaje proviene de El!

Enfoque

Pedro continua su mensaje con un objetivo claro respecto al ejercicio de nuestros dones: “Para que en todo sea Dios glorificado en Jesucristo. A quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén ” (4:11c) La predicación no se trata de ti, el mensajero. Tampoco de mí, cuando predico. ¡Siempre se trata de Dios!

El ego, contra el cual luchamos tan vanamente nosotros los hombres, es a la vez fuerte y frágil. Es fuerte para imponerse y recibir alabanza y atención, pero es frágil porque puede herirse con los comentarios de la gente, o la falta de estos. Si luchas con cualquiera de ellos, el mensaje es simple: ¡Supéralo! Cuanto más pronto tratemos con esto, más pronto seremos transformados en herramientas en las manos de un Dios Santo y comunicativo. La iglesia necesita hombres que puedan establecer esto con firmeza, que hayan aprendido a ser humildes delante de Dios y que hablen confiadamente ante otros. Necesita de hombres que hablen las mismas palabras de Dios, hombres cuyo objetivo sea fijar la atención de los oyentes en Cristo.

Sinceridad

El Señor, hablando a través de Pablo, lo expresa de otra manera: “No como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo” (2 Cor. 2:17). Cuando Pablo predicaba y enseñaba, lo hacía como si el Señor Jesucristo estuviera sentado en el primer banco. ¡No hay mejor incentivo para la integridad en lo que hablamos! Es muy fácil embellecer una historia o citar mal una estadística para apoyar un punto de vista, o contar anécdotas que hagan aparecer al predicador como un super-santo. Pablo siempre era consciente del oído Divino cuando hablaba a otros.

También podemos observar que él no estaba en el “negocio de la predicación” para su propio beneficio. La motivación para predicar nunca debe surgir de una ganancia material. Y Pablo habla aquí de una perspectiva más amplia, refiriéndose a que el hombre de Dios no predica la Palabra para su propio beneficio. No es una oportunidad para que alguien se “dé a conocer a sí mismo”. La meta, como lo dijera Juan el Bautista, es: “… que Él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30).

Es muy fácil equivocarnos en este punto. Una actitud no sincera no se puede ocultar con facilidad. Pedro escribe pensamientos similares a los ancianos en 1 Pedro 5:2. ¡Nuestro motivo primordial debe ser, de principio al fin, sola y enteramente Su Gloria!

Poder

El verdadero poder en la predicación viene acompañado con la realidad de vidas transformadas, donde la gente se torna más y más dependiente de Dios. “ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Cor. 2:4-5).

Resulta claro que Pablo podía comunicarse con mucha elocuencia, tal como lo demuestra en sus escritos. Mira, por ejemplo 1 Corintios 13, y encontrarás una muy elocuente descripción sobre el amor, o la carta a los Romanos, y encontrarás un magistral, profundamente razonado caso a favor de la “justificación”. Sin embargo, por más expresivo y refinado que fuera, Pablo deja bien en claro que su mensaje no dependía de la retórica u oratoria finamente desarrollada. Había un poder espiritual que daba fuerza y efectividad a su mensaje, mucho más allá de las convenciones de un discurso netamente humano.

Él explica por qué esto era así: para que sus oyentes no llegaran a ser dependientes de la habilidad humana en la comunicación, sino del Espíritu obrando a través de dicha comunicación. La suma y la substancia de su mensaje estaban centradas en la “Sabiduría” que provenía de Dios, aquella que sólo puede ser revelada por el Espíritu (1 Cor 2:6-10).

¿Cómo puede un predicador imprimir el poder del Espíritu Santo a su mensaje? Ya está ahí, siempre que el mensaje que entregue provenga de Dios. En un sentido muy real, el predicador simplemente debe quitar su actitud carnal, para que el Espíritu pueda “dirigirse a la gente”. La Palabra de Dios es poderosa, no gracias a una excelente oratoria, sino por la obra de Su Espíritu utilizando un vaso limpio que Él ha elegido. Él es aquel que trae convicción y ánimo a la vida de las personas. ¡Esto sí que es Poder!

En conclusión, la excelencia en la predicación debe incluir: humildad, temor reverente, enfoque, sinceridad y poder del Espíritu Santo.
________________________________________
Adaptado con permiso de Apuntes para Ancianos
Photo by Aaron Burden on Unsplash

Leave a reply

0
    Carrito
    Tu carrito está vacíoVolver a la tienda