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EXCELENCIA – PARTE 3

por Chuck Gianotti

¡Predicar la Palabra de Dios no es fácil! Cualquier persona puede leer la Palabra de Dios y hacer comentarios públicamente, pero esto no es lo mismo que predicarla. Pablo tenía algo más en mente cuando mandó a Timoteo y a cada predicador después de él: “Que prediques la palabra” (2 Timoteo 4:2). Y podríamos agregar que debe ser bien predicada, porque estamos comunicando “la Palabra”, que es la verdad de nuestro Dios, cuyo nombre es “majestuoso” (Salmo 8:1).

En entradas previas vimos que el predicador debe considerar su propia disciplina espiritual a medida que se prepara para predicar la Palabra. Del ejemplo de nuestro Señor Jesucristo y de los escritores del Nuevo Testamento resulta claro que el predicador debe tener muy en cuenta a sus oyentes.

La predicación de la Palabra debe ser relevante.

La Palabra de Dios es relevante. Pero debemos demostrar esa relevancia a nuestros oyentes, cualquiera sea su posición en su caminar espiritual. Por ejemplo, predicar un mensaje sobre consagración y sacrificio para el Señor, puede ignorar por completo a aquellas personas que estén luchando con el desaliento. Es necesario que conozcamos bien nuestra audiencia, como Pablo hizo en el Areópago (Hechos 17:22-23) o como lo hizo Pedro con los creyentes perseguidos, dispersos alrededor del Mediterráneo (1 Pedro 1:1).

La predicación de la palabra debe ser equilibrada.

En la vida de la iglesia local debe haber un constante flujo del ministerio de la palabra que alimenta. Las grandes verdades de las escrituras se deben abordar con el transcurso del tiempo, pero no simplemente como una interminable sucesión expositiva de los puntos más refinados de la doctrina. Toda congregación cuenta con una mezcla de creyentes nuevos y maduros. Si usted se dedica todo el tiempo a los creyentes maduros solamente, perderá a los más nuevos. Además, es fácil asumir que las personas saben más de lo que en realidad saben. El predicador debe guiar a sus oyentes partiendo de lo que ya saben, y llevándolos a lo que todavía no saben. Así habrá un entendimiento más completo de Dios y su verdad. Insisto, debes conocer a tu audiencia.

La predicación de la palabra debe ser interesante.

Es verdad, el Espíritu Santo es el que conmueve los corazones, pero el predicador debe seguir el ritmo del Espíritu. Howard Hendricks acostumbraba a decir, “no hay nada peor que aburrir a la gente con la Palabra de Dios”. No se trata de hacerse el gracioso o ser elocuente. Debemos entender la necesidad real que tienen las personas cuando se les predica la Palabra de Dios. Resiste la tentación de simplemente dar la Palabra sin tener interés por cómo la gente responde a ella. Nuestra tarea como predicadores es de hacer que las personas escuchen con atención. ¿Cómo podemos hacerlo?
Un principio bien conocido para hacer que la comunicación sea interesante es anticipar las preguntas que puedan surgir en la mente de los oyentes con respecto al tema en cuestión. Por lo general habrá tres preguntas, a partir de las cuales debe fluir el mayor ímpetu de tu mensaje. Estas son:

¿Qué quiere decir?

Generalmente asumimos que nuestros oyentes se hacen esta pregunta y, por lo tanto, muchos sermones están conformados por una explicación del pasaje o tema. La mejor manera de explicar algo es comenzar donde los oyentes se encuentran en su entendimiento de las verdades espirituales. Esto puede incluir interpretación de palabras, frases e ideas, utilizando palabras y términos con las que ellos estén familiarizados.

Por ejemplo, considera la frase “apropiarse de la Gracia de Dios”. Si estás hablándole a creyentes maduros, que han recibido bastante enseñanza, esta corta frase contiene un extenso concepto, mientras que los creyentes nuevos no tendrán idea de todo lo que significa. Recuerda que, durante la mayoría de las reuniones, el oyente no puede detener el mensaje y preguntar: “¿Qué quieres decir con eso?”

“Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla? Así también vosotros, si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís?”(1 Cor. 14:8-9). Hablar sin que nos comprendan, puede ser comparable a una forma no carismática de “hablar en lenguas”. ¡Podremos estar usando el castellano, pero la mayoría no nos entenderá!

Otro ejemplo, en el ámbito de lo conceptual, es: ¿Qué quiere decir que “Dios no cambia” (Malaquías 3:6) y que no se equivoca, pero la escritura dice: “Dios se arrepintió…” (Amos 7:6)? ¿O cuando Números 23:19 pone bien en claro que Dios no se arrepiente? ¡Esto necesita bastante explicación! Puedes estar seguro de que tu audiencia estará preguntando lo mismo.

Al prepararte para hablar, cuando lees por primera vez el pasaje de la escritura, imagina que tu audiencia oye esto por primera vez. ¿Qué preguntas acerca de su significado salen a relucir? ¿Sabrán qué es un fariseo? ¿Es el Hades lo mismo que el Infierno? ¿Por qué palabras diferentes?

¿Es verdad?

A menudo, el significado del pasaje o tema es bien claro para todos. Pero quizás tus oyentes tengan una pregunta muy diferente: “¿Es esto verdad?” En esto podrías argumentar que por supuesto los creyentes saben que la Biblia es verdad. Incluso pueden aceptar lo bíblico de su mensaje, pero es posible que con crean que sea real en su cotidianidad. Quizás cuestionen si el mensaje es creíble y verdaderamente aplicable para ellos.

Considera, por ejemplo: “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). Esto sin duda es verdad. De hecho, esto es lo que la palabra inspirada de Dios dice, así que debe ser verdad. La mayoría de los creyentes conocen esta verdad. Pero ¿está tu audiencia luchando por realmente creerlo en la situación en que se encuentran? ¿Qué sucede con el hombre que ha perdido recientemente su trabajo, y que ha oído esto toda su vida? ¿Cómo podrás tú como predicador, ayudarle a ver la realidad de esta verdad en su situación, más allá de simplemente repetirle las palabras de la Escritura, las cuales él puede leer por sí mismo? Es cierto que la Palabra de Dios se defiende a sí misma, pero el predicador debe ayudar al oyente a entender la verdad contenida en ella.

Un mensaje que trate con este tipo de preguntas puede hacer uso de ejemplos bíblicos. En este caso, la cautividad de José en el Antiguo Testamento (Génesis 37-50) o las prisiones de Pablo en el Nuevo Testamento (Fil. 1:12-20). También puedes recurrir a hechos anecdóticos de aquellos que han luchado con esto, y hallaron valedera esta verdad.

¿Cómo funciona?

Este puede ser el aspecto más fácil de descuidar al comunicar la Palabra de Dios. Algunos lo llaman la pregunta; “¿qué importa?” “¿Qué diferencia hace esta verdad en mi vida y cómo hago para implementarla?”. Terminar un mensaje diciendo ”que estos pensamientos bendigan nuestros corazones” termina siendo muy corto.

El Señor Jesús dio ejemplos muy claros de este tipo de comunicación: “Poner la otra mejilla” en el Sermón de la Montaña, es un modelo donde Jesús usa “ejemplos” para comunicar la necesidad de aplicación a nuestras vidas. También lo son las muchas parábolas que ilustran cómo las verdades de Dios deben ser aplicadas, por ejemplo, el “buen samaritano”. Jesús frecuentemente terminaba una parábola con una llamada a actuar: “Ve, y haz tú lo mismo” (Lucas 10:37).

Si, por ejemplo, estás predicando sobre el pasaje: “… si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14), una gran pregunta que surgirá es: “¿Cómo haremos eso?” Entonces puedes usar la interacción de Jesús con su Padre en Getsemaní como ejemplo. Muchas veces, los predicadores exhortamos a las personas a compartir su fe, lo han escuchado infinidad de veces. La real pregunta de interés aquí es, no es si debemos hacerlo o no, sino cómo hacerlo. Estudia, por ejemplo, el dialogo de Jesús con la mujer samaritana (Juan 4) ¿Qué principios podemos extraer de esta historia que ayuden al oyente a saber cómo testificar mejor?

Estas tres preguntas son como las “palancas mentales” que nos ayudan a enfocarnos en un mensaje que llegue a la audiencia, cualquiera sea su condición. Estas tres preguntas no necesariamente serán relevantes en cada mensaje o con cada pasaje de la Escritura. Las tengo escritas y las pongo frente a mí durante mi tiempo de preparación para predicar la Palabra de Dios.

Conclusión: La próxima vez que vayas a preparar un mensaje para el pueblo de Dios, considera cómo puedes hacerlo pertinente, equilibrado e interesante.

 

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Adaptado con permiso de Apuntes para Ancianos
Photo by Aaron Burden on Unsplash

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