Dos palabras que tienen un significado similar en el Nuevo Testamento son ‘potestad’ y ‘autoridad’. Potestad es la capacidad o habilidad para actuar; autoridad es el derecho de actuar. Con referencia a Dios, estas palabras son sinónimas, puesto que Dios tiene tanto el poder supremo como la autoridad final en el universo. Sin embargo, al utilizarlas en referencia a los hombres, cada una tiene un sentido diferente. Se puede tener el poder para actuar, pero no la autoridad, o se puede tener el derecho o autoridad para hacer algo, pero no el poder. En general, a los hombres perversos les disgusta la autoridad, pero, por el contrario, anhelan el poder.
Estas dos palabras son importantes en la Biblia. Encontramos ejemplos de versículos bien conocidos que las utilizan, en las siguientes traducciones literales: En Mateo 28: 18 expresado por el Señor después de Su resurrección: “Toda autoridad me es dada en el cielo y en la tierra”; En Juan 1: 12, con referencia a Sus seguidores: “A todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”; y como una promesa a Sus discípulos en Hechos 1: 8 “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo”.
Habiendo tantas diferentes autoridades en el mundo, una pregunta importante sería: ¿qué autoridad debe gobernar al cristiano y a la iglesia cristiana? Según Romanos 13, Dios es la autoridad suprema; toda autoridad humana viene derivada de Él, y por lo tanto es una autoridad delegada. El gobierno humano, la sociedad, el comercio y la familia dependen del uso adecuado de la autoridad. Esto no es diferente en la iglesia. Para proveer liderazgo y preservar el orden, Dios ha establecido una estructura de autoridad en la iglesia. Este es un tema amplio, y en este blog queremos inquirir específicamente sobre la autoridad de los líderes, es decir, los ancianos de la iglesia. ¿Qué clase de autoridad es? ¿Cómo funciona en la vida práctica? ¿Cómo puede afectar la paz y la armonía de la comunión?
Jesús y la autoridad
En primer lugar, debemos recordar cómo el Señor Jesús se relacionó con las autoridades de su tiempo, durante su vida terrenal. Lucas 2: 51 nos dice que siendo niño se sujetó a sus padres. Durante sus años de ministerio, habló y actuó como hijo bajo la autoridad de su Padre (Juan 14: 10). La gente común se dio cuenta que enseñaba como alguien que tenía autoridad (Mateo 7: 29). En el juicio ante reyes y autoridades, puso en claro que su reino no estaba en competencia contra el de ellos en este mundo (Juan 18: 36), y que no tendrían ninguna autoridad contra Él a menos que su Padre se la hubiese concedido (Juan 19: 11). Sus seguidores debían vivir en sumisión a los gobiernos terrenales en todo lo posible (Lucas 20: 25; 1 Pedro 2: 13), y sin embargo debían llevar adelante su obra con la convicción de que Él es el verdadero Rey de reyes y Señor de señores, siendo su Palabra la autoridad final para el creyente.
Sin embargo, los que asumen liderazgo en la iglesia deben obrar según un principio muy diferente de aquél que el mundo persigue. El Señor dijo: “Sabéis que los gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que los grandes ejercen autoridad sobre ellos. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera entre vosotros llegar a ser grande, será vuestro servidor” (Mateo 20: 25-26). Y dándonos su ejemplo, el Maestro lavó los pies de sus propios discípulos antes de morir (Juan 13).
Los ancianos de la iglesia
Lo anterior nos provee un adecuado trasfondo para los líderes de la iglesia actual. Los ancianos, como autoridades delegadas por Dios en asuntos espirituales no tienen poder cívico sobre la iglesia. No son nombrados para esa posición por voto popular del pueblo, sino por un acto soberano del Espíritu Santo (Hechos 20: 28). Al ejercer ellos su servicio, los miembros de la congregación son amonestados a reconocerles por la obra que hacen (1 Tesalonicenses 5: 12) y someterse a ellos (Hebreos 13: 17). Dios bendecirá esta sumisión voluntaria de los creyentes dado que Él sostiene la autoridad de aquellos que ha dado a las iglesias. Muchos versículos exhortan a los creyentes a someterse a los que tienen autoridad, tal como harían con el Señor. En el mundo, la sumisión a veces se ve como denigrante; en la Iglesia, en cambio, es una marca de devoción a Cristo.
Los ancianos, entonces, siempre deberán trabajar para mantener un balance piadoso en sus tratos con la iglesia. No deberán actuar como teniendo señorío, (1 Pedro 5: 3), ni como débiles, ni haciendo nada mientras que hombres impíos, o falsos maestros, causen daño a la iglesia.
Los resultados prácticos
¿Qué resultados traerá entonces, en las relaciones dentro de la iglesia? Un anciano espiritual vivirá y servirá con la convicción de que el Señor le sostendrá siempre. No requerirá de la intervención de ninguna autoridad cívica para pastorear la iglesia. De hecho, el Señor no proveyó ningún tribunal de apelación sobre asuntos espirituales fuera de la iglesia local (Mateo 18: 15-17). El anciano no puede ser ni tímido ni temeroso. Para él, la gentileza y una determinación firme no son polos opuestos. En relación con esto, es interesante notar que el Señor Jesús habló a menudo palabras fuertes a algunos grupos, pero fue tierno con las personas. A veces nosotros hacemos al revés. Nuestro Señor se enojó cuando los intereses de su Padre se vieron comprometidos, pero puso la otra mejilla al ser atacado personalmente. De nuevo, a veces efectuamos lo opuesto.
Todo esto se clarifica cuando comprendemos bien un aspecto del fruto del Espíritu: La mansedumbre (Gálatas 5: 23), la cual algunos equivocadamente consideran como sinónimo de debilidad. En realidad, la mansedumbre requiere una gran fuerza moral retenida bajo un estricto control. Este principio se resalta en dos versículos importantes: 2 Corintios 10: 8 y 13: 10. Pablo afirma que la autoridad que Dios le había dado era para la edificación de los creyentes, no para su destrucción, ni tampoco para beneficio propio. Por lo tanto, reconoce que un abuso de autoridad puede hacer mucho daño en la iglesia.
Los ancianos que se imponen sobre otras personas pueden hacer mucho daño. El temor puede ser usado para controlar a otras personas. En casos severos el resultado es una secta. Un elemento de protección para esto es el gobierno de la iglesia mediante una pluralidad de ancianos; un esfuerzo de equipo. A los apóstoles y a los ancianos les tomó mucho tiempo y trabajo en equipo el escribir a las iglesias jóvenes con respecto de un asunto difícil: “Nos ha parecido bien, habiendo llegado a un acuerdo…”, y luego: “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros…” (Hechos 15: 25,28).
En el pasaje principal sobre las calificaciones de los ancianos (1 Tim. 3: 1-7), palabras como “sobrio”, “prudente” y “no pendenciero” son descriptivas de hombres maduros en la congregación, no exaltados sobre ella, sino sirviendo entre el pueblo.
Hay algo refrescante en una iglesia local que es conocida por la gracia y la bondad de sus líderes. El orden se mantiene, las disciplinas necesarias se efectúan, sin embargo, el ánimo general de dicha obra es uno de vida y de crecimiento. Los creyentes jóvenes necesitan “espacio” para aprender las lecciones de la vida cristiana, y necesitan hacerlo dentro del ambiente de una familia tierna. Cuando los ancianos son siervos verdaderos, no tendrán necesidad de gritar órdenes; el rebaño los amará y los respetará, y querrán seguirles. Y en aquellas raras ocasiones en los que su autoridad sea rechazada, habiendo prestado atención cuidadosa a las Escrituras pertinentes (Rom. 16: 17-18; Tito 3: 10 – 11), estos tendrán la satisfacción de confiar en el Príncipe de los pastores para ser justificados en el tiempo y manera que Él elija. Es seguro que Él lo hará, tal como lo prometió.
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Adaptado de APA
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