por Chuck Gianotti
La integridad ocupa el primer lugar en la lista de esfuerzos humanos más importantes. Utilizo la palabra “esfuerzo” porque la integridad es una búsqueda permanente a lo largo de toda la vida, no es algo que se obtiene y se pone sobre una repisa para exhibirlo junto con otros logros. Dado que de este lado del cielo no podremos alcanzar la perfección, la integridad termina siendo una cruzada continua. Sin embargo, nuestro fiel Señor busca esta calidad creciente en su pueblo redimido, especialmente en sus líderes.
El término en sí proviene de la raíz “integer” que indica “una unidad o entidad completa”. La integridad es la capacidad de ser completo, entero, que todas las partes del carácter de una persona, pensamiento y conducta se ensamblen en armonía. Podemos contrastarlo con el concepto opuesto, duplicidad, donde la conducta de una persona se desconecta de sus palabras.
La integridad lo mantiene todo en su lugar. Otorga pureza a nuestra búsqueda de la santidad, constancia en la veracidad, consistencia a nuestra fidelidad y claridad a nuestra transparencia. Sin la integridad sólo somos santos a veces, a veces veraces, a veces fieles, a veces transparentes, a veces _____________ (completa el espacio). Tan sólo un poco de suciedad contamina cualquier delicia culinaria.
Para esforzarnos por tener integridad, constantemente debemos recordar cómo es una persona íntegra, y para esto, no observamos los estándares del hombre, sino los de Dios. En el Salmo 15, muchos han reconocido once características que pueden ser denominadas “Los atributos de un hombre de integridad”. Éstas proveen una buena descripción a lo que podemos aspirar.
Conectándonos con Dios mediante la integridad
Aunque la palabra integridad no aparece específicamente en este Salmo, al inicio hay dos preguntas que invitan al lector a considerar: “¿Quién, Señor, puede habitar en tu santuario? ¿Quién puede vivir en tu santo monte? (Salmos 15:1 NVI)
Es claro que esto se refiere a algo más que simplemente entrar al tabernáculo terrenal. Sólo el Sumo Sacerdote podía hacer eso, y sólo una vez al año; nadie más, y, aun así, sería muy forzado concluir que el sacerdote “vivía” o “moraba” allí.
Sin embargo, todos están invitados a solicitar acceso a la presencia de Dios, quien, para Israel, era descrito como el que moraba en el tabernáculo terrenal. Esto tiene que ver con ser bienvenido, sentirse “en casa”; con poder experimentar la plenitud de la hospitalidad de Dios. Y dado que el Señor es una unidad completa, él es la personificación de la integridad. Dios la define por su existencia y por su carácter. La unidad repele la duplicidad. No hay duplicidad ni contradicción en Dios en ningún sentido o en ningún nivel. Para que alguien pueda morar cómodamente en su presencia, esa persona debe tener integridad.
Según el escritor de los Salmos, los que buscan los siguientes once rasgos, conductas o actitudes, buscan la plenitud de vida y carácter que existen en Dios mismo. La pregunta acerca de quién podrá tener este acceso no se responde con un nombre, sino con una descripción (Comentario Bíblico de Matthew Henry). Esta morada no es un derecho, así que la pregunta que surge naturalmente es, ¿quién está calificado para ello?
Sin duda, como cristianos del Nuevo Testamento, tenemos acceso mediante la gracia de Cristo (Hebreos 4:15-16). Pero, en el Salmo 15, nuestra posición en la gracia no está en discusión, sino nuestra experiencia de comunión (es decir “la morada”). Esto es similar a lo que escribe el apóstol Pedro: “… tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección, porque haciendo estas cosas [o sea, proveer excelencia moral, etc.], jamás caeréis. De esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. (2 Pedro 1:10-11).
El Salmo 15 nos da ejemplos tangibles acerca de dónde y cómo se observa la integridad en las realidades de la vida cotidiana. Ahora miraremos a las primeras dos cualidades de un hombre de integridad.
Solo el de conducta intachable
La palabra “intachable” proviene del vocablo hebreo tamin, que significa completo, sincero, o perfecto, virtualmente idéntico a nuestra palabra integridad en español. Una persona irreprochable es alguien que vive en unidad con la verdad. “Sus actividades están en armonía con los estándares de Dios” (The Bible Knowledge Commentary). Adicionalmente, el caminar de esta persona concuerda con su forma de hablar, y, en consecuencia se siente cómoda en la presencia de Dios. No es, como lo expresa Santiago, simplemente “un oidor de la palabra”, sino también un “hacedor de la palabra” (Santiago 1:23-25). Al parecer, la integridad es la cosa más natural para una criatura formada por el Dios supremamente integral de todo lo existente.
El desafío para nosotros, como simples humanos, es la constante lucha contra nuestra propia hipocresía, especialmente nosotros los cristianos. La anatomía de la lucha cristiana es ésta:
Primero, como nuevas criaturas de Dios (2 Corintios 5:17) y los que están comprometidos con su Palabra (2 Timoteo 3:16), nos sometemos a un estándar extremadamente alto. Tomamos en serio amonestaciones tales como: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16).
En segundo lugar, esperamos que los cristianos vivan de acuerdo con ese estándar.
En tercer lugar; somos muy conscientes (cuando somos honestos) que nosotros mismos no podemos cumplir con ese estándar (Romanos 7). Eso es lo que denominamos pecado, o mejor aún, la naturaleza del pecado. Hemos caído de la integridad con la que fuimos creados, la llenura, la plenitud de estar en armonía con nosotros mismos, unos con otros y con Dios. Aún con la ayuda del Espíritu que mora en nosotros, así no logramos el objetivo.
A veces nos justificamos: “Sí, es verdad, pero no somos tan hipócritas como los no salvos”. Pero, esa es una desagradable manera de pensar. Es verdad que Pablo se goza en que la solución no es nuestra perfección, sino que no tenemos condenación en Cristo Jesús (Romanos 8:1). Pero el Espíritu nos impulsa a esforzarnos por tener integridad, y no simplemente sentarnos perezosamente confiados en nuestra justificación.
Nosotros los ancianos, los pastores, los líderes, los predicadores, los maestros y los escritores estamos en mayor peligro de caer del estándar, puesto que somos los que más enfática y sistemáticamente la proclamamos. En consecuencia, estamos sujetos a un juicio más severo (Santiago 3:1); ¡lo hemos buscado! Tomamos el manto de responsabilidad cuando dijimos “sí” al Señor al querer desempeñar cualquiera de esos oficios.
¿Qué implica esto en la vida diaria de un anciano o líder? Debemos estar alertas de poner en práctica lo que predicamos o esperamos de los demás. Por ejemplo, no es suficiente sólo exhortar a los creyentes a amarse y cuidarse unos a otros. Debemos sacrificar nuestra mañana de golf del sábado para ayudar a un hermano a reparar su techo. O comprar un automóvil menos costoso para ayudar a que un hermano tenga uno propio para ir y volver de su trabajo. Debemos compartir nuestra fe y no sólo desafiar a otros a que lo hagan. Deberíamos ser los primeros en confesar cuando hemos ofendido a alguien, antes de invitar a otros a hacerlo. Las personas que pastoreamos deben ver integridad en nosotros porque ponemos en práctica las mismas cosas que animamos a otros a hacer.
Por otra parte, no podemos presentarnos como arquetipos de la perfección, sino que debe haber un sincero esfuerzo por hacer que nuestro caminar coincida con nuestro hablar y que haya un progreso notorio. Nada socava con más rapidez la efectividad de un líder que fallar en esto. Por el contrario, el líder que procura caminar irreprochablemente se sentirá cómodo en la presencia de Dios. Aunque no logre hacerlo a la perfección, su integridad le obliga a confesar su fracaso y le motivará a esforzarse aún más. Por eso David oraba: “Examíname, Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en el camino eterno. (Salmos 138:23-24).
Aquél que practica la justicia
La persona que está cómoda en la presencia de Dios va más allá de la ausencia de duplicidad, y busca activamente lo justo. Todos los días enfrentamos decisiones entre lo correcto y lo incorrecto. Aún en las “pequeñas” áreas de la vida, escoger lo que no es correcto equivale a menospreciar a Dios.
Nosotros los cristianos, incluso los ancianos o los líderes, podemos estar más preocupados por nuestra apariencia que por lo que somos en realidad. En consecuencia, fácilmente podemos justificar la conducta injusta. Con gran erudición teológica, podemos afirmar: “¡Bueno, nuestra justificación sólo está en Cristo!” Sí, es verdad, pero el Salmo 15 replica rigurosamente que aquél que practica la justicia estará cómodo en la presencia de Dios. De nuevo, estamos hablando de la comunión, no de la condición eterna.
En términos prácticos, la decisión correcta podría ser confrontar al anciano obstinado y dejar de ser pasivo. Por otro lado, lo justo podría implicar que yo confiese una actitud “contenciosa” (1 Timoteo 3:3) y una actitud controladora, pidiendo fortaleza al Señor para cambiar, y decidirme a cambiar. Implica tomar el camino elevado de la gracia y la paz.
Estas dos características de un hombre que está cómodo en la presencia de Dios son la base para edificar integridad. Continuaremos con más material del Salmo 15 en el próximo número.
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Adaptado con permiso de Apuntes para Ancianos