Salmos 15:1-2 presenta al hombre de integridad, y lo describe en los siguientes versículos. Aquel hombre es el que se siente a gusto en la presencia de Dios.
Aquel a cuyos ojos el vil es menospreciado, pero honra a los que temen a Jehová.
¡Son palabras fuertes para un hombre piadoso de integridad! Uno de los problemas más difíciles en la interpretación de las Escrituras es cómo entender los que son denominados salmos “imprecatorios”. Dichas porciones de la Biblia expresan actitudes extremadamente negativas hacia otros humanos, casi al punto de agredir nuestras sensibilidades cristianas. Uno de estos se halla en el Salmo 15:4 (otros incluyen el Salmo 139:19-22). Esta oda a la integridad contiene la severa y directa denuncia de pecadores en los términos más fuer-tes posibles. Dice que el hombre que es digno de morar con Dios (vs. 1) es alguien que “menosprecia al hombre vil”. Sin embargo, en otra parte de la Palabra se nos dice que debemos amar a nuestros enemigos, no devolver mal por mal y pacientemente soportar la oposición de los hombres malos. ¿Cómo se entiende esto?
Vivimos en un mundo que tiende a honrar a las personas perversas. Un atleta que se destaca es honrado, aunque viva una vida reprobable. Una estrella de cine es honrada, aunque haya tenido múltiples matrimonios. El pensamiento mundanal permite que una persona pueda separar un aspecto de su vida de otro. Esto es lo opuesto a la integridad. Sin embargo, un hombre de Dios que sale en defensa de la rectitud es tratado como alguien excéntrico o fundamentalista intolerante. Esto refleja una perspectiva contraria a la vida que diseñó Dios.
Contrario a la visión del mundo, el hombre de integridad tiene una forma consistente para evaluar a otros. Observa lo perverso y lo repudia de la manera más enérgica posible. Discierne la honorabilidad de un hombre y lo honra por ello. Un hombre de integridad, dado que es un individuo unificado (es decir, todo lo que piensa, dice y hace coexisten en armonía) busca la integridad en otros. Una persona que hace cosas perversas es una persona perversa. ¡Un hombre de integridad llama las cosas por su nombre! Una persona hace cosas perversas porque es alguien perverso. En consecuencia, menospreciar las cosas perversas que otro haga es lo mismo que menospreciar a la misma persona. Un hombre de integridad no hace un juego de palabras con una apariencia espiritual. Y trata a la perversidad de una manera que demuestra integridad.
Ahora bien, como cristianos del Nuevo Testamento somos llamados a tener el mismo sentido de integridad. Esto no niega amar a la persona perversa (ver Juan 3:16 donde el amor de Dios no excluye a esa persona perversa). Somos llamados a menospreciar a las personas perversas y también a amarlas. Nuestro modelo es Dios mismo, puesto que Dios ama a los incrédulos, ¡aunque también están bajo su ira y condenación! (Juan 3:16-18)
La contraparte de esto es “honrar a los que temen al Señor”. Irónicamente, los cristianos suelen quedarse muy cortos en esto. Porque tendemos a ver los errores en otros y en consecuencia retenemos el honor. Sin embargo, un hombre de integridad mira con integridad, y reconoce a las personas que viven sus vidas en el temor del Señor. Por supuesto, al decir “temor del Señor”, las Escrituras indican una vida vivida con un profundo sentido de responsabilidad ante Dios, siguiendo sus instrucciones para la vida. Aunque reconocemos que nadie es perfecto en el temor de Dios, hay un sentido muy real de distinción entre los que verdaderamente temen al Señor y los que no le temen.
En resumen, un hombre de integridad “llama a las cosas por su nombre”. O, como A. F. Kirkpatrick dice: “La veracidad de su carácter se demuestra en la valoración que hace de los hombres”.
El que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia
Esto se ve reflejado en el comentario moderno que describe al hombre que “habla como piensa y piensa como habla”. Es alguien que cumple lo que promete, sin importar los inconvenientes inesperados que surjan. A menudo escuchamos frases descriptivas similares pero que pocas veces son reales, tales como: “Es consistente como un mecanismo de relojería”, o “puedes contar con él”, o “él es tan fiable como su palabra”. Todos reconocen el alto valor de tal compromiso de integridad. En términos prácticos, esto significa no buscar un pretexto para faltar a la palabra empeñada aun cuando tenga que sostenerla signifique aceptar complicaciones inesperadas o incomodidades. ¿Con qué frecuencia usted o yo, como ancianos, dejamos de cumplir nuestras promesas, llegamos tarde a nuestras citas o nos comprometemos a orar por alguien pero lo “olvidamos”?
Hace muchos años un predicador que nos visitaba prometió enviarme algún material adicional acerca del tema que enseñaba. El año transcurrió, pero los materiales nunca llegaron. En otra oportunidad, volvió a ser invitado a predicar en nuestra iglesia, y en esa ocasión, de todos los temas posibles, abordó el tema de la integridad. En medio de su mensaje, al notar mi presencia se detuvo abruptamente y, públicamente, reconoció mi presencia y me preguntó delante de todos si yo recordaba la promesa que él me había hecho el año anterior. Cuando confirmé que sí, retomó la palabra para confesar a todos que en ese momento el Señor lo había condenado por no haber cumplido con su palabra. Sobra decir que él renovó su compromiso de mantener su palabra aún a costo de su propio “dolor” (en este caso, exponerse públicamente por no haber cumplido con aquello que ahora estaba predicando). Para mi gozo, una semana después recibí en el correo los recursos prometidos. ¿Era él un hombre de integridad? Sí, como lo demostró en su confesión pública y al cumplir con su promesa.
¡Cuánto anhelo que más de nosotros fuéramos hombres de palabra!
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Adaptado con permiso de Apuntes para Ancianos |