En nuestra publicación anterior, hablamos sobre aquellos ancianos que gobiernen y enseñen bien, los cuales son dignos de doble honor. Pero ¿qué podemos decir acerca del resto de los ancianos? El peligro de escribir un artículo como el anterior es que algunos ancianos puedan sentirse menoscabados, porque el “doble honor” es asignado a otro. Otra posible inquietud sería que dicha enseñanza pueda rebajar de alguna manera el papel y autoridad de la pluralidad de ancianos, y dar lugar a un modelo de liderazgo que privilegie la idea de un pastor principal.
Es importante tener en cuenta que cuando Pablo se dirige a Timoteo, implícitamente asume la existencia de cierto nivel de madurez espiritual; Timoteo no era ningún novato en el ministerio y liderazgo. Y en este sentido es necesario considerar todo el consejo de Dios, sí no está expresamente mencionado. Toda enseñanza en cuanto al liderazgo de la iglesia debe verse dentro del contexto de las claras enseñanzas del Nuevo Testamento, es decir, un estilo donde ningún hombre en particular tiene autoridad sobre los demás ancianos, sino que todos comparten el mismo nivel de autoridad y responsabilidad.
Después de haber mostrado en el artículo anterior que algunos ancianos merecen “doble honor”, surge la pregunta: “¿qué de aquellos ancianos, que no ‘merecen’ el ‘doble honor’, pero sin embargo trabajan duro y se desempeñan bien como ancianos?”. Si algunos han de recibir “doble” honra, ¿otros recibirán una honra “más simple”? Aquí presentamos algunos pensamientos acerca de este tema:
Los ancianos deben ser reconocidos
“Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros y os presiden en el Señor y os amonestan” (1 Tesalonicenses 5:12 RV60). Muchos ancianos dedican toda una jornada a un empleo secular, y luego dedican horas al pastoreo de la grey, preparando mensajes, reuniones, etc. Con seguridad, todo el que desempeña este tipo de labor debería ser bien reconocido por su sacrificado trabajo a favor del cuerpo de Cristo.
Varían los niveles de involucramiento
No todos se encuentran en el mismo punto de su vida y camino espiritual, así que no todos pueden comprometerse a un mismo nivel. Algunos se sacrifican más por trabajar como ancianos que otros. Simplemente no hay nada en las Escrituras que nos lleve a pensar que todos los ancianos deben recibir el mismo grado de honra, independientemente del nivel de servicio. Sin embargo, dejando de lado el tema del apoyo financiero abordado en nuestro blog anterior, el honor en cualquiera de sus formas no se distribuirá en partes iguales y no hay nada de malo en esto.
Nuestra motivación debiera ser conducirnos honorablemente
Independientemente de que seamos reconocidos aquí en la tierra por nuestro trabajo como ancianos, debemos tener una “buena conciencia, deseando conducirnos bien en todo” (Hebreos 13:18). Al igual que el sacerdote Aarón, no podemos tomar honra para nosotros mismos (Hebreos 5:4), algo que no es apropiado para ningún creyente que sirva a Dios, así como tampoco beneficia el carácter de un anciano que sencillamente es un “administrador de Dios” (Tito 1:7). Este no debe ser “codicioso de ganancias deshonestas” de ningún tipo (Tito 1:7). Y tampoco deberíamos tener siquiera indicios del síndrome de Diótrefes (“a quien le gusta ser el primero entre ellos”, según 3 Juan v. 9), el cual aflora tan fácilmente cuando alguien es honrado en mayor grado que otros. Toda honra que busquemos para nosotros mismos, que manipulemos o alteremos para nuestro beneficio resultará vacía. La honra es algo que en última instancia es dada por Dios, y Él puede utilizar a otros seres humanos como su canal para honrarle a usted. Además, envidiar la honra de otro puede ser una evidencia de que somos propensos a tal síndrome, y ciertamente no seríamos aprobados como hombres que se “conducen honorablemente”.
Existe un mito de que sólo hay una limitada cantidad de honra
¿Acaso siento que cuando otro es honrado, de alguna manera habrá menos honra para mí? Mientras que la mayoría de nosotros negaríamos sentirnos de esta manera, ¿es posible que ésta sea una de las cosas que nos refrenen de honrarnos unos a otros? De nuevo, una de las maneras en que se manifiesta el síndrome de Diótrefes es en nuestra resistencia cuando un anciano colega es honrado por sus labores sacrificadas, y nosotros no lo somos. Tal vez esto ocurre cuando la gente habla muy bien de él, o cuando comentan del sacrificio y discernimiento de su ministerio de predicación. ¿Somos capaces de sumarnos en darle honra y dejar de lado nuestro propio deseo de ser honrados? Esto se exacerba cuando sentimos que nuestro propio trabajo no es debidamente reconocido por otros. La realidad es que no existe una adecuada medida de alabanza y honor, que pueda compensar cumplidamente aquí en la tierra, a un anciano muy trabajador. Sin embargo, la mayoría de nosotros probablemente desearíamos tener un poco más de honra, y es difícil cuando otro es honrado y nosotros no lo somos.
Nuestra verdadera honra vendrá del Príncipe de los pastores
Debemos recordar lo que Pedro expresó hacia el final de sus días a sus colegas ancianos, “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Pedro 5:1-2). De más está decir que no debemos desear la gloria y honor terrenal, sino aquella que vendrá cuando el Señor diga, “Bien, buen siervo y fiel”. Así que debemos dejar de lado juzgar a otros por la honra que reciban aquí en la tierra y en cambio alabar a Dios por el buen trabajo de ellos y sumarnos a aquellos que los honran. Recibiremos la debida recompensa del Señor, quien decidirá si somos merecedores de ella. Así que, “humillémonos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él [nos] exalte cuando fuere tiempo” (1 Pedro 5:6).
Aplicación
Algunos piensan que cualquier honor rendido o recibido aquí en la tierra restará de la recompensa de la persona en el cielo. Si ése fuera el caso, ¿por qué entonces las Escrituras hablan de honrar a otros? En realidad, enseña que debemos hacerlo.
La ironía es que, en cierta forma, es para beneficio propio que los ancianos enseñen a la congregación a honrar a los ancianos, así como resulta para un maestro, el enfatizar la enseñanza de Gálatas 6:6. Por lo tanto, ¿quién le va a enseñar a la congregación a hacer esto?
La respuesta la encontramos en la manera en que los ancianos se conduzcan entre ellos mismos; ¿perciben los creyentes que los ancianos se honran mutuamente? Esto fue lo que hizo cierta iglesia. Un anciano reconoció que otros dos ancianos eran muy capaces en enseñar la Palabra. Así que alentó a la congregación a que contribuyera a un fondo para enriquecer las bibliotecas personales de ambos ancianos. Como se sabrá, los libros y demás recursos pueden ser bastante caros. Con el dinero juntado pudieron comprar libros de estudio y consulta juntamente con un software de estudio bíblico para ambos ancianos. Un determinado domingo se realizó una presentación para expresar públicamente ese honor, con una breve explicación de la pertinente enseñanza bíblica, haciéndoles entrega de los recursos.
Otras maneras de honrar a los otros ancianos incluyen: el comentar acerca de algo que aprendió de su enseñanza; expresar su aprecio por sus dones particulares, demostrar interés en sus ministerios, orar por ellos, regalarles un cupón para un restaurante o café favorito, enviarles una tarjeta para el cumpleaños. Cuando alguien los critique, defienda el carácter de ellos.
Sí, hay suficiente honor para repartir, si estamos dispuestos a entregarlo libremente. Es posible que Dios esté esperando que usted o yo seamos su canal para honrar a otro.
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