por Jack Spender
En su carta a Tito, Pablo se refiere a los ancianos de la iglesia como mayordomos de Dios (1:7). Y esto hace que me pregunte cuántos ancianos han considerado lo que significa ser un mayordomo de Dios. El diccionario define mayordomo como alguien a quien se le confía la administración de bienes que no le son propios. Consideremos este tema interesante.
Los mayordomos aparecen varias veces en la Biblia, tanto en parábolas como en situaciones de la vida real. José se convirtió en mayordomo de la casa de Potifar en Egipto (Génesis 39), y poseía tal autoridad que su amo confió todas sus posesiones a su cuidado (39:8). El Señor Jesús narró una parábola sobre un mayordomo deshonesto que fue convocado a dar cuenta de su conducta derrochadora (Lucas 16:1-2).
Pablo enumera una serie de características personales para los mayordomos: “Porque es necesario que el obispo (sobreveedor) sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada…” (Tito 1:7-9 RV60).
¿Qué está en juego?
Debemos notar con cuidado las palabras “confiar” y “administración” utilizadas en la definición del diccionario. El trabajo básico de un mayordomo no es “tener” o “utilizar” o “distribuir” los recursos del dueño (aunque podría incluir cualquiera de estos aspectos), sino específicamente administrarlos. Esto implica más que simplemente estar a cargo, por ejemplo, como un jefe. Implica una interacción sabia y compleja de varias decisiones y acciones que, en conjunto, crean un hogar pacífico y próspero. En el mundo uno oye de equipos de béisbol y fundaciones financieras que se distinguen o languidecen en gran medida debido al administrador que supervisa los asuntos.
Todos los ancianos cuentan con las mismas Sagradas Escrituras y el mismo Espíritu Santo. Ejercitan la mayordomía en medio de un pueblo redimido que lucha con los mismos enemigos: el mundo, la carne y el diablo. Sin embargo ¡los resultados en cada iglesia son muy diferentes! Sin duda hay muchos otros factores involucrados, pero no deja de ser una idea desafiante pensar que el resultado final es un reflejo de las capacidades de mayordomía de los ancianos.
Esto genera una pregunta: ¿Sobre qué ejercen mayordomía los ancianos al liderar y ocuparse de la iglesia? Desde luego que son mayordomos de las Sagradas Escrituras, denominadas “la palabra fiel” en este pasaje (vs. 9). Esto incluye el mensaje del evangelio, y toda la verdad bíblica. Los ancianos son mayordomos de las familias de la iglesia (1:11) y son mayordomos de cada uno de los santos en la comunidad local; como lo establece Hebreos 13:17, los ancianos “velan por vuestras almas”.
Pero hay más. Los ancianos deben asegurarse de que los talentos y dones espirituales de los creyentes sean puestos en uso sabiamente para el Señor a fin de que se lleve acabo y desarrolle el potencial espiritual del pueblo del Señor. La meta, por supuesto, es que no sólo los líderes de la iglesia, sino que el resto de la gente lleguen a ser mayordomos fieles de Dios en todos los aspectos de la vida diaria.
Perspectiva
Sin embargo, con todas las responsabilidades de rutina, reuniones programadas y la atención a problemas de la vida real, sería fácil que los ancianos perdieran de vista el cuadro general. En momentos de tranquilidad un anciano podría preguntarse, “¿Por qué estamos haciendo todo esto?”. “¿Cómo podré ser “hallado fiel” como buen administrador?” (1 Corintios 4:2). Estas son preguntas importantes, que merecen buenas respuestas.
En primer lugar, la mayordomía de los ancianos en la iglesia produce gozo y satisfacción al Señor, porque la iglesia es su esposa. Después de su ascensión, todo el trabajo de edificación y cuidado de la iglesia fue dejado totalmente en las manos de sus discípulos quienes actuaron como sus mayordomos, bajo la guía y el poder del Espíritu Santo.
En segundo lugar, la buena mayordomía promoverá la formación de la semejanza a Cristo en los discípulos más jóvenes, al asegurarse de que la asamblea no sea un escenario para ostentar los talentos, sino un taller para aprender y aplicar la enseñanza de la Palabra. Este proceso dura toda la vida, y debe ser promovido en cada nivel de edad. Los hombres dotados son como entrenadores que equipan y preparan a los santos para el servicio al Señor (Efesios 4:11-12). Por lo tanto, la iglesia se convierte, entre otras cosas, ¡en un campo de entrenamiento para la transformación de cristianos creyentes en un pueblo maduro de Dios!
Finalmente, la buena mayordomía resultará en bendición para los de afuera. Una asamblea bien ordenada llevará el evangelio a donde se encuentran los perdidos, y luego traerá nuevos bebés espirituales a la asamblea que comenzarán a aprender a vivir en la familia de Dios: el proceso de transformarse ellos mismos en mayordomos fieles del Señor.
Recompensas
Una iglesia cuyos ancianos son mayordomos sabios muy seguramente crecerá. Recordemos que el Espíritu de Dios dentro del creyente siempre está impulsando y anhelando una vida con propósito, no los propósitos de este mundo sino el propósito de obediencia al Señor siguiendo la Gran Comisión. Los creyentes sinceros desean asociarse con una iglesia que se dirige a algún lado. ¡Debe haber algo más grandioso y más glorioso que simplemente tener reuniones!
Pero cualquier bendición que provenga de una buena mayordomía en esta vida no puede ser comparada con el gozo de oír esas palabras reservadas a los mayordomos fieles: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21). Estas palabras fueron dirigidas a un siervo que había practicado una cuidadosa mayordomía al invertir sabiamente los bienes de su amo. Aparentemente el amo gozaba del proceso aún antes de que las recompensas fuesen entregadas, ya que el siervo fue invitado a entrar en un gozo que ya reinaba en el corazón de su Señor.
Finalmente, a los ancianos se les promete una corona de gloria que no se marchitará en la vida venidera (1 Pedro 5:4). Esa verdad revelada juntamente con el amor hacia el Salvador y el amor por el rebaño le da a cada anciano el mayor de los incentivos para concentrar sus esfuerzos en las cuestiones eternas más que las de este mundo.
Adaptado de APA