En cierta ocasión, al regresar de un viaje a Colombia, donde estaba liderando a un grupo de jóvenes, me vi obligado a mantener cuarentena debido a que se sospechaba que tenía malaria. Mientras yacía en el hospital, un hermano bien intencionado vino a visitarme. Vestido con toda la indumentaria de protección, máscara y demás, compartió conmigo un mini-sermón acerca de por qué Dios permite el sufrimiento. Sus palabras, aunque sinceras, no tuvieron ningún efecto en mí. De hecho, me incomodaron. ¿Por qué?
Porque mi lucha no giraba en torno al “¿por qué?” Mi fe no se estaba viendo afectada. No necesitaba alguna respuesta a un dilema teológico. Lo que necesitaba era paciencia. Por lo visto, había contraído malaria, pero mi verdadera lucha era mi impaciencia, lo único que quería era salir del hospital y continuar con mi vida. Aunque tenía buenas intenciones, mi visitante no fue acertado porque no tomó tiempo para entender cómo me encontraba espiritualmente.
Como ancianos, pastores y quienes cuidan de otros, parte de nuestra labor en el ministerio incluye ayudar al enfermo y a quienes están en dificultades a mirar a Dios en su condición de necesidad específica. El escritor de Hebreos nos reta a animarnos los unos a los otros. Pero ¿cómo podemos realmente animar a otros si no entendemos con qué están luchando?
Ánimo es más que sólo hacer sentir bien
Animar no se trata únicamente de hacer que las personas se sientan bien. La palabra misma conlleva un significado más profundo: invitar, implorar, apelar, rogar y consolar. El Dr. Larry Crabb describe el ánimo espiritual como “la selección cuidadosa de palabras con el fin de influenciar significativamente a otra persona para impulsarla a una mayor piedad”. Esa es una definición profunda, pero para esto es necesario que primero entendamos la condición espiritual de la persona y cuáles son sus luchas.
Para mí, estando en esa cama de hospital, la lucha era con la paciencia. Para otra persona, podrá ser la soledad, preguntarse si a alguien le importa su sufrimiento. Otros pueden luchar con preguntas teológicas profundas, “¿por qué yo?” o, “¿cómo puede Dios ser bueno y permitir esto en mi vida?” Si no tomamos tiempo para discernir la condición espiritual de la persona, nuestras palabras no tendrán ningún efecto.
El papel de la oración al animar a otros
La oración es esencial cuando buscamos ministrar a otros, especialmente a los que están enfermos o enfrentan dificultades. Aquí hay cinco principios clave que pueden sernos útiles:
- La oración nos pone en una posición de sumisión
La oración no es tratar de asumir que la sanidad es la meta final. Sí, deseamos sanidad, pero el propósito de Dios puede ser más profundo que la sola restauración física. La clave es orar con una actitud de sumisión, reconociendo que la sabiduría de Dios sobrepasa la nuestra. - La oración nos dispone espiritualmente
Antes de visitar a alguien que está en sufrimiento, debemos estar abiertos a discernir lo que Dios quiere hacer en la vida de esa persona. Esto significa ser flexible y no llegar con un plan predeterminado. - La oración nos ayuda a dejarnos guiar por el Espíritu Santo
En lugar de hacer declaraciones audaces tales como “Dios te va a sanar si tienes suficiente fe”, debemos reconocer que Dios es soberano. Las afirmaciones superficiales pueden llevar a las personas a la decepción si la sanidad no se presenta como ellos esperan. - La oración es trabajar con Dios
Animar no es tratar de instruir a Dios para que haga lo que creemos que es mejor. Se trata de alinearnos nosotros con Su voluntad y permitirle que nos use al ministrar a otros. - Sí, deberíamos orar por sanidad, pero con humildad
Sin duda deberíamos presentar nuestros deseos delante de Dios, pero siempre reconociendo que Su plan es mayor. “Señor, deseamos sanidad, pero que no se haga nuestra voluntad sino la tuya”.
Haz las preguntas correctas
Una de las formas más efectivas de determinar con qué lucha una persona es simplemente preguntarle. Con mucha frecuencia asumimos cosas o confiamos en información de fuentes secundarias. Sólo la persona que está enfrentando el sufrimiento puede verdaderamente articular su lucha. Si no puede hacerlo, con gentileza, podemos ayudarle a encontrar las palabras.
Las siguientes son algunas preguntas sensibles y no intrusivas que pueden abrirnos a una conversación espiritual:
- “¿Cómo puedo orar por ti?” (Una pregunta simple pero reveladora).
- “¿Cuál es la parte más difícil de esta experiencia para ti?”
- “¿Tienes alguna pregunta acerca de lo que estas enfrentando, hablando en términos espirituales?”
- “¿Algunos pasajes de las escrituras te han sido útiles?”
- “¿Qué te ha estado diciendo Dios en medio de todo esto?”
En una ocasión le pregunté a una anciana en sus últimos días de vida, cuál pasaje de las escrituras quería que le leyera, ella eligió el salmo 139. Después de su fallecimiento, su esposo me dijo cuánto había significado eso para ella. Ese momento me recordó el poder que tiene el solo estar presente y ofrecer la palabra de Dios.
El valor de la presencia y las acciones conscientes
Animar no solo se trata de palabras, sino también de acciones. Algunas veces, un simple acto de bondad puede hablar más claro que cualquier sermón. Recuerdo una ocasión en la que estaba enfermo y un amigo llegó a mi casa con una malteada de chocolate, una de mis golosinas favoritas. Él tomó tiempo de su trabajo para visitarme y simplemente sentarse conmigo. Ese gesto significó mucho porque mostró que él se interesaba en mí.
También debemos reconocer que las luchas de fe son legítimas y vienen de muchas maneras. Algunas personas pueden estar aferrándose a profundas preguntas teológicas, y debemos darles espacio para tratarlas con Dios. Es tentador corregir rápidamente a alguien que cuestiona la bondad de Dios, pero considera el ejemplo de David en el Salmo 22:1: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”· Incluso Jesús hizo eco de esas palabras en la cruz. A veces, permitir que las personas sean honestas en su dolor es el mejor tipo de ánimo que podemos ofrecer.
Evita comentarios bien intencionados pero dañinos
Ciertas frases, aunque con buenas intenciones, pueden presionar al enfermo a “poner buena cara” en lugar de compartir honestamente sus luchas. Por ejemplo, decirle a alguien, “vine a animarte, pero tú me has animado a mí” puede hacer que la persona sienta que debe actuar como si estuviera espiritualmente fuerte, a pesar de que en el fondo esté teniendo luchas.
También debemos resistirnos a dar respuestas simplistas a luchas profundas. Por ejemplo, decir “no te preocupes, Dios es bueno, él te sacará de esta”, puede silenciar luchas sinceras. Es posible que Dios no libere a alguien del sufrimiento, al menos no de la forma que espera. Considera a Moisés, quien luchó mucho con el llamado de Dios, o Job, que expresó su dolor honestamente delante de Dios. Animar no significa empujar hacia el positivismo, significa dar lugar a la lucha e impulsar a las personas a mirar a Cristo.
Animar requiere discernimiento
El verdadero ánimo comienza con entender. Antes de ofrecer palabras de consuelo, toma tiempo para discernir la verdadera necesidad. Está presente, haz buenas preguntas, escucha atentamente, y da espacio para que las personas sean honestas. Por último, nuestra meta no es ofrecer soluciones rápidas, sino ayudar a que la persona enferma se acerque más a Cristo en medio de su sufrimiento.
Al tener la responsabilidad del cuidado de otros, busquemos siempre dar el apoyo correcto, no solo lo que nos haga sentir útiles, sino lo que verdaderamente ayuda a los que están pasando por tiempos difíciles.
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Espera la segunda parte de este blog la próxima semana.
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