El carácter es algo que escasea en nuestra sociedad, y también sucede en la iglesia. Los ancianos deberían liderar con el ejemplo, y eso es lo que Pablo les recuerda a los ancianos de Éfeso en su mensaje de despedida (Hechos 20:17-38) al hablar de cómo fue su carácter mientras estuvo entre ellos. En nuestro blog anterior consideramos cómo fue su comportamiento externo; esta vez consideraremos su composición interior. Un diccionario presenta la definición de carácter como: “la suma de características y rasgos que forman la naturaleza individual de una persona” (Mirriam-Webster).
Humildad
Es lo primero en la lista de Pablo, él dijo: “He servido al Señor con toda humildad…” (Hechos 20:19 – NVI). ¡Puede parecer peculiar que una persona se identifique de esta manera, casi negando lo que precisamente está afirmando! Sin embargo, cuando consideramos que la humildad es diametralmente opuesta a la inclinación natural del orgulloso corazón humano, especialmente en quienes aspiran al liderazgo, una confesión como esta no es orgullo oculto, sino más bien una expresión natural precisamente de eso mismo, de su humildad. Lo que Pablo estaba expresando aquí es que, aunque era un apóstol con el glorioso privilegio de ser el embajador de Dios a los gentiles (Gálatas 2:8-9), veía lo profundamente indigno que era para esa tarea.
A nivel personal, él se consideraba “el primero” de todos los pecadores (ver 1 Timoteo 1: 15 – 16) con lo cual le daba a Dios toda la evidencia para que demostrara su perfecta paciencia. A nivel apostólico, él era profundamente consciente de que “Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros… insensatos por amor de Cristo… despreciados… padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija… trabajando con nuestras propias manos… nos maldicen… padecemos persecución…nos difaman… hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos…” (1 Corintios 4: 9 – 13). Sin embargo, él siguió sirviendo fielmente al Señor. ¡Él no estaba siendo orgulloso al afirmar que había servido humildemente! Pocos hombres admitirían su humildad. Como un hombre pobre diciendo “soy un hombre de recursos humildes”, Pablo estaba admitiendo que, desde el punto de vista del mundo, era un hombre con una tarea humilde, no alguien que pasaba su tiempo en deleites, ostentación y adulándose a sí mismo.
Ser líder del pueblo de Dios no es atractivo, a pesar de la imaginación de aquellos que envidian a los predicadores y líderes populares del pueblo de Dios. El servicio es un trabajo duro, y por momentos, humillante. La iglesia necesita más hombres dispuestos a tomar la postura humilde en todos los asuntos, aceptando como un privilegio las difíciles e ingratas misiones que el Señor encomienda. Él es el único digno del honor.
Fortaleza
Pablo tenía “la mente que le permite a una persona enfrentarse al peligro o soportar el dolor o la adversidad con coraje” (diccionario Mirriam-Webster). Sirvió “con lágrimas, a pesar de haber sido sometido a duras pruebas por las maquinaciones de los judíos. “Ustedes saben que no he vacilado en predicarles nada…” (Hechos 20:19-20 NVI). Él no era un cobarde, a pesar del acoso incesante de los así llamados “judaizantes” que lo perseguían de cerca en todo momento. El continuo empeño de ellos en distorsionar la gracia y volver a la ley lo desgastó, pero no detuvo la proclamación del mensaje de vida del evangelio de la gracia.
Solemnidad
La superficialidad no hacia parte de su mensaje, la obra era solemne. La palabra griega es una intensificación de la palabra “testificar”. Su mensaje transmitía la misma gravedad que el testimonio del Espíritu que le decía que le aguardaba más sufrimiento en cada ciudad (vs. 23). Ese no era un mensaje agradable, sin embargo, llevar la palabra del Evangelio a los demás justificaba el sufrimiento. Sobra decir que el mensaje era de suma importancia, considerando lo que Pablo tuvo que afrontar.
El carácter solemne no tiene nada que ver con un ambiente sombrío en nuestras reuniones de iglesia. Más bien involucra todo lo que implique asumir el mensaje de la gracia con tal seriedad, que estemos dispuestos a hacer grandes sacrificios para hacerlo llegar a otros. Al igual que los ancianos de Éfeso, debemos considerar si nuestras vidas reflejan una actitud similar hacia el evangelio.
Valentía
Pablo nunca se sintió disuadido por las potenciales adversidades o la persecución. La advertencia del Espíritu sólo lo desafiaba a no abandonar. “Cinco veces recibí de los judíos los treinta y nueve azotes. Tres veces me golpearon con varas, una vez me apedrearon, tres veces naufragué, y pasé un día y una noche como náufrago en alta mar” (2 Corintios 11: 24 – 25). ¡Eso era simplemente una muestra! A los gálatas les dijo: “Me consta que, de haberles sido posible, se habrían sacado los ojos para dármelos” (Gálatas 4: 15). Posiblemente sus muchas penurias produjeron daños en la vista. Sin embargo eso no lo detuvo. ¡Qué valentía para seguir!
Entrega
“Mi vida carece de valor para mí mismo, con tal… de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (vs. 24a). La solemnidad, la valentía y la entrega están entrelazados. Pablo no tomaba decisiones según cada caso basándose en el peligro potencial que pudiese existir. Más bien había elegido la abnegación a un nivel más profundo; todo lo que hacía lo eclipsaba el compromiso previo de una entrega incondicional a Cristo (por ejemplo, Romanos 12: 1 – 2; Filipenses 2: 1 – 5, etc.).
Orientado por metas
“…con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús…” (vs. 24b). Él conocía la tarea que Dios le había asignado, y no se desvió de ella. La iba a realizar hasta poder decir: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:7). Él no se limitó a “cumplir con sus horas” como apóstol. No puedo imaginarlo diciendo al final del día: “¡Uf!, logré terminar sin problemas”. Como ancianos, ¿hemos considerado al final del día cuál era nuestra verdadera meta?
Compasión
Pablo no cesó de “amonestar con lágrimas a cada uno”. Estas lágrimas eran distintas a las que experimentó en el versículo 19 donde estaban vinculadas a luchas ante las pruebas. Aquí él hace notar su compasión por aquellos que vino a alcanzar, una compasión que no menguó durante al menos tres años (ver vs. 31).
No codicioso
Pablo nunca pidió dinero para él (aunque no tenía ningún inconveniente en pedirlo para otros; por ejemplo, para ayudar a los pobres en Jerusalén, ver 1 Corintios 16: 1 – 4). Nunca nadie pudo acusarlo de “estar en esto por dinero”. Así también deben servir los ancianos, como lo dice Pedro: “…no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto…” (1 Pedro 5:2). Nada socavará más rápido la obra de un anciano que dar la impresión de estar sirviendo para su propio beneficio personal.
Trabajador
“Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así…” (vs. 34 – 35). Pablo trabajaba en las áreas prácticas de la vida; en Corinto este “trabajador ejemplar” se ganaba la vida trabajando con sus manos.
Generoso
“En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (vs. 35). Él hacía más de lo que debía. En realidad, daba generosamente a aquellos que tenían necesidad.
Amable
Su referencia a las lágrimas mientras les servía, y la respuesta de ellos al llorar y abrazar a Pablo (vs. 37), y su dolor al pensar que él los dejaba (vs. 38) señalan el estrecho vínculo que se había formado entre ellos. Pablo claramente no era un académico frío o un teólogo distante. Él compartió profundamente con ellos en aproximadamente cada área de la vida. Él fue amable y la gente en Éfeso sentía afecto entrañable por él. A manera de aplicación, ¿las personas en nuestras congregaciones consideran que los ancianos somos personas accesibles? ¿Estamos desarrollando vínculos afectivos con ellos? Si nos fuéramos, ¿lo lamentarían?
Espiritualmente auténtico
Pablo se arrodilló y oró con ellos. Esta no era una reunión de oración formal de entre semana, el tiempo programado para la oración. Esta fue una demostración espontánea de un nivel de comunión más profunda. Notemos que el texto no dice que sólo Pablo oró, como si fuera el clérigo impartiendo una bendición espiritual. Él oró “con” ellos, puesto que había sido uno de ellos. Oraron juntos, aparte de la reunión formal de la iglesia. ¡Pablo era espiritualmente auténtico!
En todo esto, Pablo modeló el carácter de un hombre piadoso, un fiel discípulo. Esto emanaba de la autenticidad del hombre interior. Pablo se veía como modelo de una vida y ministerio cristianos (ver Filipenses 3: 17, 4: 9, 1 Corintios 11: 1). Éste era su último contacto personal con los efesios, sin embargo, él sabía, como en el caso con los creyentes de Corinto (1 Corintios 11: 1), que este modelo de vida sólo era digno de ser imitado porque a su vez seguía el modelo del Señor Jesucristo. En su carta a los efesios, escribió: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados” (Efesios 5: 1).
Compañeros ancianos, oremos para que el Señor nos cambie en nuestro ser interior, para que podamos ser más efectivos en lo exterior al pastorear la “grey de Dios”.
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Adaptado de Apuntes para Ancianos |