Imagina haber tenido al apóstol como maestro durante dos años en tu iglesia, visitando los hogares, trabajando mano a mano juntos. Habrías podido observar la intensidad de sus ojos, escuchado su risa, sentido su olor particular; lo habrías visto orar y también habrías reflexionado sobre sus enseñanzas. ¿Te habría gustado escuchar en detalle el relato de su experiencia de conversión en las afueras de Damasco? ¿Qué tal acerca de su primer encuentro con Pedro y Juan?
Cuando los años de ministerio de Pablo en Éfeso llegaron a su fin, debió ser un momento difícil para los creyentes y los nuevos ancianos allí. Después de su partida y el resto de su tercer viaje misionero alrededor del noroeste del Mediterráneo, hizo una última y corta visita a los ancianos, en la cercana Mileto. Su deseo era transmitir un último mensaje antes de partir para no volverlos a ver nunca más. Ese es el contexto de este último mensaje de Pablo a los ancianos de Éfeso (Hechos 20:13-35 NVI).
Un mandato de mucho peso
En esta tercera parte de nuestro estudio del mensaje de despedida de Pablo, vemos que él se despide no sin antes hacer unas solemnes advertencias. La seriedad de estas se anticipa en la manera que describe el tiempo que estuvo con ellos:
- “Ustedes saben…” (18)
- “no he vacilado…” (20)
- “he instado a convertirse…” (21)
- “soy inocente de la sangre de todos…” (26)
- “sin vacilar les he proclamado…” (27)
La obra de servir al Señor y a su pueblo es un asunto serio que requiere enfoque, intencionalidad, esfuerzo espiritual, coraje y una actitud sobria. Pablo fue un mentor que se dirigió a sus discípulos en términos muy precisos. En cuanto a la intensidad, presenta cuatro imperativos:
- “Tengan cuidado de sí mismos…” (28ª)
- “Tengan cuidado… de todo el rebaño…” (28b)
- “Estén alerta…” (31)
- “Ayuden a los necesitados…” (35)
Tengan cuidado de sí mismos
Lo primero es comprender la necesidad del cuidado personal, porque el obstáculo más grande para ser un líder efectivo del pueblo de Dios son las tentaciones y la pecaminosidad de uno mismo. Como ancianos, debemos tener presente que el egoísmo, las inseguridades, los temores y otras actitudes de la carne limitan nuestra efectividad. Ay de aquel hombre que cree que no debe preocuparse por caer; ¡no conoce su propia alma! “Por lo tanto, si alguien piensa que está firme, tenga cuidado de no caer” (1 Corintios 10:12).
La batalla por la iglesia suele darse en las mentes y almas de los pastores del pueblo de Dios. Nuestro enemigo conoce la verdad de Zacarías 13:7, “Hiere al pastor, y serán dispersadas las ovejas”. Esta profecía mesiánica se refiere a nuestro Señor Jesús, pero transmite un principio general. Si los pastores caen, el impacto en todo el rebaño es muy grande. En consecuencia, ¡hombres, debemos cuidarnos! No podremos cuidar bien de otras cosas si fallamos en el cuidado de nuestras almas.
¿Cómo puede hacerse esto?
En primer lugar, debemos ser perseverantes con nosotros mismos. No permitirnos ninguna excepción a aquello que esperamos de otros.
También debemos permitir que otros ancianos nos den su opinión honesta, sin estar a la defensiva; ¡y eso es muy difícil! Un viejo proverbio dice: “En cada crítica, hay un granito de verdad”. Tal vez Dios esté tratando de enseñarnos algo a través de aquellos a quienes les tenemos confianza. “Fieles son las heridas del que ama” (Proverbios 27: 6).
En tercer lugar, debemos permanecer en la Palabra y en la oración. La batalla es sobrenatural y nuestras armas no son de este mundo (2 Corintios 10: 3-6). Invitemos con regularidad al ojo escudriñador del Señor, tal como lo reflejan las palabras de David; “Examíname, oh Dios…” (Salmos 139: 23).
¿De qué se deben cuidar los ancianos?
Además de actitudes y conductas pseudo-cristianas, dentro del contexto debemos cuidarnos de no ser presa de la falsa doctrina. Nosotros los ancianos no somos inmunes para adoptar el error. Es por eso que Pablo más tarde les encomendó a la “palabra de su gracia” (v. 32). El énfasis está en “palabra” y en “gracia”. Es esencial que estemos arraigados en la Palabra de Dios en todo lo que enseña. Pero Pablo señaló particularmente la importancia de sostener la doctrina de la gracia; ¡se refirió a ella al comienzo de cada carta que escribió! La gracia debe saturar nuestra doctrina, de lo contrario no es la doctrina de Jesucristo. ¡El mismo momento en que dejamos de aferrarnos a la gracia, comenzamos a fortalecer nuestra sujeción a la ley! Debemos evitar volvernos legalistas en nuestras iglesias. Desafortunadamente, en la historia de la iglesia de Éfeso, se aferraban a la sana doctrina, pero a la larga dejaron su primer amor (Apocalipsis 2:4), cayendo así de la gracia. Así que nosotros, los ancianos, si aprendemos de su ejemplo, debemos comenzar por cuidar nuestros propios corazones del legalismo adoptando con perseverancia la gracia como un medio de vida.
Cuiden de la iglesia
En segundo lugar, así como los ancianos se cuidan a sí mismos, también deben cuidar de la iglesia. ¿Por qué? La iglesia es la posesión preciosa de Dios, cuyo valor es directamente proporcional al valor de su propia muerte (v. 28).
¿Cuidarla de qué? De las falsas doctrinas que propagaban aquellos que Pablo describe como lobos. Vendrán hombres que intencionalmente apartarán de la gracia a los creyentes, desviándolos hacia toda clase de legalismos y religiosidades. Pablo establece claramente que estas enseñanzas: “Tienen sin duda apariencia de sabiduría, con su afectada piedad, falsa humildad y severo trato del cuerpo, pero de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa” (Colosenses 2:23 NVI).
Existe naturalmente la tendencia a un constante alejamiento de la sana doctrina, que lleva al desmoronamiento de la iglesia que tiene poca comunión, poco evangelismo, poco amor y devoción al Señor.
Estén alerta
En tercer lugar, los ancianos siempre deben estar en actitud vigilante, atentos para identificar tales enseñanzas antes de que se propaguen y afecten a los cristianos. Esto no es paranoia, sino una solemne necesidad. Satanás anda alrededor buscando a quien devorar (1 Pedro 5: 8), y un pastor vigilante estará alerta a los engaños sutiles, a las tergiversaciones resbaladizas en pequeñas áreas que conducen a importantes desvíos de la verdad. Las doctrinas falsas suelen presentarse con las palabras correctas, pero son prácticamente imperceptibles los desvíos en el significado de las palabras. Por ejemplo, una denominación aprueba estas palabras: “una persona es salva por fe en Jesucristo”. Suena bien, hasta que se descubre que para ellos la “fe” incluye “conducirse” de manera piadosa, lo cual sencillamente es otra forma de decir que la salvación se produce mediante los esfuerzos humanos de comportarse en forma piadosa.
¿Cómo podemos ser vigilantes y mantenernos alerta?
Mediante la enseñanza frecuente de la sana doctrina. Es verdad que la aplicación práctica a los temas cotidianos es importante, y recomiendo fuertemente que nuestra enseñanza sea pertinente a los problemas de nuestros públicos contemporáneos. Sin embargo, la enseñanza de la doctrina sólida es esencial para dar a los cristianos un fundamento sólido sobre el cual crecer en las demás áreas de la vida. Temas como la trinidad, la deidad de Cristo, la obra del Espíritu Santo, las doctrinas del juicio, la gracia, la justificación, la santificación, la expiación sustitutiva, la centralidad de la cruz en la vida cotidiana, sólo para mencionar algunos, son absolutamente esenciales. El entendimiento de estas doctrinas ayuda a que la grey no se aparte tras falsas enseñanzas, y se edifique sobre el fundamento sólido de la verdad.
Ayuden a los necesitados
Por último, para que los ancianos no se vuelvan desequilibrados, “El conocimiento envanece, pero el amor edifica” (1 Corintios 8:1). La sana doctrina por la doctrina en sí, no es más que un címbalo que retiñe, similar al rasguño de las uñas en una pizarra. Pablo insta a los ancianos de Éfeso a “ayudar a los necesitados…” (v. 35). Algunas iglesias padecen de orgullo en la doctrina, alardeando de su fidelidad a la Palabra de Dios. Sí, es posible que el Señor haya revelado, en su gracia, una verdad particular a su grupo, que el resto de la cristiandad haya descuidado o rechazado. Pero, sin amor, ¡eso es absolutamente nada! Pablo, siendo consistente con su enseñanza en otras partes, no descuida la verdad doctrinal. Pero al defender la verdad, somos investidos de poder para amar a otros, particularmente a los necesitados.
La verdad en sí misma no es lo que produce las bendiciones, sino el actuar de acuerdo con la verdad, en amor, ayudando a los necesitados; ¡eso es lo que trae las bendiciones! (v. 35). Por eso, cuando Pablo se encontró por primera vez con Pedro y Juan, más o menos en la época de la primera crisis doctrinal de la iglesia primitiva, Pablo registra: “Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual también procuré con diligencia hacer” (Gálatas 2: 10).
El amor en acción era tan importante como la sana doctrina. Una sana doctrina sin amor es en vano. El amor sin la doctrina correcta no tiene buen fundamento. Lo uno sin lo otro termina siendo haciendo inútiles ambas cosas. Pero ambos juntos producen bendición. Así que, ancianos, ¡cuídense y cuiden a toda la grey de Dios!
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Adaptado de Apuntes para Ancianos |