Los dones espirituales y el llamado provienen de Dios; el entrenamiento y la preparación se logran por medios humanos. El apóstol Pablo fue excelente entrenando y equipando. Cuando no pudo hacerlo personalmente, lo hizo por cartas, y en las cartas que escribió a Timoteo tenemos dos de sus manuales de entrenamiento.
Como ancianos, debemos conocer bien estas cartas, porque en ellas aprendemos, en primer lugar, lo que Pablo instruyó a Timoteo sobre como liderar y pastorear a la iglesia; en segundo lugar, la instrucción de Pablo a Timoteo sobre su propio ministerio de liderazgo, y, en tercer lugar, las características del liderazgo de Pablo, que podemos identificar al observar la manera en que Pablo escribió estas cartas. A mi criterio, estas cartas constituyen los mejores manuales escritos sobre el liderazgo en la iglesia. Mientras algunas personas han estudiado las características de liderazgo modeladas por nuestro Señor Jesucristo en los evangelios, ¡Pablo escribió estas cartas a Timoteo pensando precisamente en aquellos que deberían ejercer el liderazgo espiritual! Este es el primero de una serie de tres artículos en torno a estudios selectos derivados de la primera y segunda carta a Timoteo.
La pureza del evangelio
La preocupación por mantener la pureza del Evangelio verdadero fue primordial en el ministerio de Pablo. Esto era de suma importancia para él. Pablo luchó contra cualquier intento de manchar, tergiversar, modificar o añadir al mensaje. Dos veces en Gálatas 1:8-9, dice que las personas que enseñan lo contrario al verdadero Evangelio serán anatema (malditos). Hoy, la necesidad de defensores del Evangelio es tan crítica como en los días de Pablo. Los movimientos vienen y van, y muchos tratan de dar una nueva definición al Evangelio. Nada puede ser más central para llevar a cabo la misión de Cristo, que la fidelidad al verdadero mensaje. El libro de Gálatas, que para muchos es el primer libro de Pablo, fue su escrito principal acerca de la pureza del evangelio.
Con el paso de los años en la vida y el ministerio de Pablo, la necesidad de dejar bien entrenados y equipados a hombres más jóvenes que él se fue haciendo cada vez más esencial. Cerca del año 63, después de completar la comunicación que conocemos con las iglesias, escribió a uno de sus colegas jóvenes, Timoteo. En sus dos cartas, Pablo refleja algo de lo que enseñó a Timoteo en persona a lo largo de los años de viajar y trabajar juntos en el ministerio (2 Tim. 2:2).
Probado y aprobado
Para entonces, Timoteo ya estaba aprobado. Unos años antes, Pablo, escribiendo a los creyentes en Filipos dijo: “Pero ya conocéis los méritos de él, que como hijo a padre ha servido conmigo en el evangelio” (Fil. 2:22). Él fue un ejemplo de abnegación cristiana para los creyentes, y su ministerio estaba “centrado en los demás”, cuyo enfoque era estar “sinceramente interesado en el bienestar de ustedes” (Fil. 2:20). Podemos ver que Pablo no estaba escribiendo a un novato sino a un veterano que, aunque joven, ministraba eficazmente. Le escribe para avivar el fuego del ministerio de Timoteo, de modo que él mismo tomara la delantera y así también “avives el fuego del don de Dios que hay en ti” (2 Tim. 1:6). El entrenamiento de Timoteo estaba casi completo; podía propagar y defender la preciosa verdad del Evangelio. Probablemente nunca volvería a ver a Pablo.
La visibilidad del líder
“Pablo, apóstol de Cristo Jesús por mandato de Dios nuestro Salvador, y de Cristo Jesús nuestra esperanza” (1 Tim. 1:1).
Pablo comienza su primera carta a Timoteo en la manera acostumbrada al identificarse, la primera palabra es “Pablo”. Este no era un despliegue de falsa humildad procurando ocultar su identidad, sino que modeló la importancia de un maestro o líder, al aceptar toda la responsabilidad sobre su enseñanza. Pablo estaba dispuesto a defender su enseñanza. Esto me hace recordar cartas anónimas que he recibido en ocasiones, en las cuales el autor disputa sobre algún punto, pero es alguien que no está dispuesto a respaldar lo que dice, aunque sí está dispuesto a ser más directo en la clandestinidad en lugar de salir a la luz. Gracias a Dios, Pablo no era así.
El ministerio del líder
Con confianza, Pablo afirmó con franqueza su autoridad para escribir, llamándose a sí mismo “Pablo, apóstol…” En algunos entornos de hoy, encontramos personas que no quieren identificar su don espiritual para no parecer arrogantes. Sin embargo, el apóstol que escribió “Haya, pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2.5) no temía a la contradicción ni a la hipocresía. Simplemente declaraba la realidad. Su apostolado no era causa de orgullo, el costo de su don espiritual era demasiado alto como para tener ambiciones tan bajas. Él abrazó el inmenso sacrificio personal (1 Cor. 4:9) y el sufrimiento (2 Cor. 11:23-33) por causa de la “esperanza” que sólo había encontrado en Cristo. ¡También tenía la carga de todas las iglesias (2 Cor. 11:28)! Identificar el don que el Señor nos da, es aceptar con humildad la carga de la responsabilidad y el costo que lo acompañan. Esto sucede con cada don espiritual, especialmente en el liderazgo. No hay lugar para el egocentrismo, sino que se requiere humildad para identificar tu don y aceptarlo.
La identidad del líder
Pablo era consciente en afirmar que se identificaba con Jesucristo, y esto lo pone en claro de inmediato en la introducción a la carta, “Pablo, apóstol de Jesucristo…” No se identificó con algún movimiento religioso, ni con algún conjunto de principios, por más bíblicos que fuesen. En cambio, en el centro de su compromiso estaba su Salvador. A los Corintios dijo: “Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Cor. 1:23) y “me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor. 2:2) A los Filipenses les confesó: que quería conocer a Cristo (Fil. 3:10).
Mientras predicaba muchos temas prácticos, tales como la moralidad, las relaciones y aun el orden en la iglesia, como hace aquí en sus cartas a Timoteo, todas esas cosas giraban en torno al centro de su mensaje, es decir Jesucristo. Aún al hablar con el veterano Timoteo, Pablo no quiso dejar duda sobre esto. Estas no eran palabras vanas, o simple ‘lenguaje’ cristiano. Él era un apóstol de Jesucristo, y esto impregnaba todo lo que hacía y enseñaba. Los que somos ancianos, somos ancianos de Jesucristo. Los líderes son líderes de Jesucristo. Cualquiera sea nuestro llamado, o nuestros dones, somos de Jesucristo. No perdamos esto de vista. Nunca permitamos que la identificación con una denominación, un movimiento o ciertos principios cambie nuestra identificación con Cristo.
Solo hay una identificación digna de los que son comprados con el precio de la sangre de Cristo. Esto no es solamente una cuestión de palabras. Debemos guardar celosamente la realidad de la presencia de Cristo en nuestros ministerios, y no solamente de palabra. Esto debe preceder todo nuestro ministerio cada día. Por tal razón, al dar instrucciones a su colega, Pablo mantiene en claro su perspectiva en cuanto a la prioridad.
El mandato del líder
El apóstol nunca olvidó que su ministerio no era una posición voluntaria, él había sido designado, “por mandato de Dios nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo”. Él no se apropió de esto para su propio beneficio. No se autodesignó para tener un pedestal de gloria. De hecho, para él la experiencia del ministerio era lo opuesto, “Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres” (1 Cor. 4:9). Su propia obediencia era lo que lo impulsaba. “Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Cor. 9:16).
¿Qué podemos aprender de esto como ancianos? Nuestro llamamiento como ancianos es por asignación e instrucción de Dios, tal como fue el apostolado de Pablo. No somos voluntarios. Pablo exhortó a los ancianos de Éfeso recordándoles que “… el Espíritu Santo os ha puesto por obispos” (Hechos 20:28). Sin embargo, al igual que Pablo como apóstol, nosotros como ancianos debemos abrazar de todo corazón este llamamiento de Dios, tal como Pedro añade, “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto” (1 Pedro 5:2). Es claro que debemos abrazar nuestro llamamiento como ancianos. Pero al fin, ¡servimos por y bajo Su voluntad!
La motivación del líder
La referencia que Pablo hace al Señor Jesucristo como “nuestra esperanza” enfatiza la motivación principal en su vida y ministerio. El esperar con anticipación el día de la plena revelación de Su Salvador fue el incentivo para su ardua labor, en aquel día se cumplirían todas sus aspiraciones. La esperanza de la venida de Cristo saturó su vida. Y como ancianos y líderes, siempre debemos aguardar en nuestras mentes la venida de Cristo. Esto nos motiva en los momentos difíciles, cuando deseamos darnos por vencidos.
Las características principales del líder
A Timoteo, verdadero hijo en la fe: Gracia, misericordia y paz, de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús, nuestro Señor (1 Tim. 1:2).
Antes de proceder al tema principal, Pablo, como de costumbre, enfatiza en la introducción: “Gracia, misericordia y paz”. Cada uno de sus escritos comienza con gracia y paz, mientras algunos, como en esta carta, también incluyen misericordia. Y cada uno de los escritos de Pablo concluye con ‘gracia’. De nuevo, Pablo no usa palabras que, en este caso, no son más que un saludo normal. Para él, la gracia era la verdad teológica principal, el centro del Evangelio puro. Mientras su enfoque estaba en Jesucristo, la razón de ese enfoque era su profundo entendimiento de la gracia, que apunta a la relación entre Cristo y él mismo. El ministerio, en relación con Timoteo, debe estar empapado de gracia.
Siendo una carta sobre liderazgo en la iglesia, este mensaje es muy necesario. Los ancianos deben reflejar la gracia en cada aspecto del ministerio. Los demás deben saber que realmente estamos dispuestos a sacrificar nuestro propio bien por el de ellos. No porque lo merezcan, sino porque Dios nos ha mostrado gracia a nosotros, pasando por alto nuestras faltas. Aun cuando Él permite sufrimiento o nos disciplina por el orgullo, también nos muestra gracia, porque estas cosas nos ayudan a ser más como Cristo en el ministerio. Su gracia en la vida de Pablo al tratar con el orgullo llegó a ser una fuente de fortaleza (2 Cor. 12:9-10) Al ver a otros cristianos que exhiben la naturaleza caída de pecado, debemos recordar la gracia de Dios hacia nosotros y extender esa misma gracia a otros. Antes de apresurarnos a criticarlos por la falta de madurez, o a disciplinarlos por faltas morales, lo primero que debemos hacer es animarlos, identificándonos con ellos y compartiendo algo de nuestra lucha con el pecado, dando testimonio de la gracia de Dios hacia nosotros. Tal humildad permite que Dios fluya en nosotros, en un sentido, para ayudar a otros a ver la gracia de Dios que puede transformarlos.
Pablo deseaba que Timoteo (y nosotros) experimentara la plenitud de la gracia de Dios en la vida diaria. Irónicamente, esa gracia sólo se puede experimentar por medio de la humildad, porque la gracia dada a nosotros tiene como punto de partida nuestro fracaso y nuestras fallas. Mientras no podamos reconocer y confesar nuestro pecado, no podremos experimentar la gracia de Dios.
Además, Pablo deseaba que Timoteo experimentara paz y misericordia. Paz, porque el liderazgo del pueblo de Dios trae mucho conflicto interior y dudas sobre uno mismo. Misericordia, porque los líderes a menudo se equivocan y ¡muchos serán hábiles y rápidos para señalar sus errores! Cuando me desanimo al liderar en el pueblo de Dios, cuando me acosan mis propias imperfecciones, temores e inseguridades, o incluso mis fallas y acciones pecaminosas, el Señor me recuerda estas cosas. Sólo los que abrazan la gracia, misericordia y paz de Dios, permanecen. Se ha dicho que “los hombres inferiores se rinden”. Yo no quiero ser uno de ellos. Quiero abrazar la gracia de Dios en mi vida, descansar en Su paz y disfrutar de Su misericordia. Eso me previene de rendirme. El mensaje de Pablo a Timoteo: acuérdate de la gracia, paz y misericordia de Dios.
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Adaptado de Apuntes para Ancianos |