¿Quién lidera la iglesia?

(Parte 1) – por Jack Spender

Comenzamos hoy una serie de 4 blogs en torno a quién lidera la iglesia. Es nuestro deseo que podamos recordar principios esenciales en torno a lo que Dios dice en su palabra acerca de Su iglesia y el liderazgo de ésta.

Antes de la ascensión del Señor Jesús, después de Su resurrección, Él dio instrucciones a Sus apóstoles acerca de la obra que quería que hicieran. Ya les había dicho que Él edificaría Su iglesia (Mateo 16:18) por tanto necesitaban más detalles. En resumen, debían ir por todas partes y hacer discípulos proclamando las buenas nuevas de Dios, bautizando a los que creyeran y ayudándoles a crecer y madurar a través de Sus enseñanzas. Dado que todo esto debía hacerse en el contexto de la “iglesia” que Él estaba edificando, se deduce que las enseñanzas dadas directamente y a través de Sus apóstoles explicarían gradualmente qué era la iglesia y cómo debería funcionar.

Como sabemos, la iglesia creció rápidamente y pronto se extendió por todo el imperio. Dos mil años después, hay “iglesias locales” en todo el mundo. Externamente se ven muy diferentes; algunas intentan seguir lo que ven en la Biblia; otras “hacen lo suyo” y hay toda una gama en el medio. Esto puede resultar confuso para los nuevos creyentes, así que de vez en cuando es importante brindar algunas razones por las cuales quienes buscan seguir el modelo del Nuevo Testamento para la iglesia hacen lo que hacen. Los estudiantes de la Biblia a esta materia la llaman “eclesiología”, que significa el estudio de la iglesia. ¡Es un gran tema!

En esta materia, un tema de interés es el liderazgo en la iglesia. ¿Quién lidera? Por supuesto que es el Señor, ya que Él es la “cabeza” de la iglesia (Efesios 1:22), pero bajo Su dirección, ¿quién lidera a nivel local? Este puede ser un estudio fascinante, así que dediquemos un tiempo a ello.

Para comprender el contexto más amplio de este tema, echaremos un breve vistazo al origen de la idea de la iglesia en primer lugar. Después de eso, continuaremos con un estudio del liderazgo de la iglesia basándose principalmente en versículos del Nuevo Testamento.

No pretendemos ser exhaustivos en estos artículos, sino que intentaremos ceñirnos a lo básico, esperando que aquellos que lideran las iglesias locales se animen a ampliar y (cuando sea necesario) aclarar el material. Además, ten en cuenta que no hay intención de criticar a ningún grupo o iglesia, recordando que el Señor es el Juez (Romanos 14:4), y que Él una vez dijo: “porque el que no es contra nosotros, por nosotros es” (Lucas 9:50).

El origen de la iglesia: la primera mención

>En el Antiguo Testamento no encontramos ninguna mención de la iglesia. Pablo explica esto claramente en Efesios y Colosenses. Las primeras referencias a la iglesia las hace el Señor Jesús y están registradas en el evangelio de Mateo. Debemos examinarlas cuidadosamente. La primera está en Mateo 16:18: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. Un número de grandes verdades están contenidas en este único versículo.

Por un lado, obtenemos el nombre de lo que el Señor planea edificar. Él la llama la “iglesia”. En griego, la palabra es “ekklesia”, que significa “asamblea de los llamados afuera”. ¡Ahora piensa de cuántas maneras el Señor podría haberla llamado! Pudo haber usado Su propio nombre, o algún término celestial, pero usó una palabra con un significado profundo: “asamblea de los llamados afuera”. En un momento pertenecíamos al dominio del mundo presente, y Dios nos llamó y nos reunió en algo nuevo, algo ajeno a este mundo. Él reveló que es santo, que está apartado, que es diferente, y al acercarnos a Él, quiere que nosotros también estemos apartados, que también seamos diferentes.

Luego notamos que habla de algo aún futuro: “Edificaré mi iglesia”. La venida del Espíritu Santo hace posible la edificación. Sin el Espíritu, tal obra sería imposible. Este principio fue dado en Zacarías 4:6: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”.

Luego notamos que el Señor mismo es el Dueño de la iglesia. Él dice “mi iglesia”. Muchas veces solemos expresarnos diciendo “mi iglesia”, pero no debemos olvidar que la iglesia no es nuestra, es de Él. ¡Somos siervos, no dueños! La referencia a Pedro es interesante. Para entenderlo, debemos saber que un cambio de palabra en el idioma original no se refleja en nuestro idioma. Una simple paráfrasis ayudará. “Tú eres una piedra pequeña, y sobre esta gran roca edificaré mi iglesia”. El Señor, no Pedro, es la gran roca, pero Pedro (y todos nosotros, piedrecitas) tiene la misma naturaleza que la roca.

Finalmente, Su gran obra implicará la guerra del enemigo, que no se originará en el ámbito físico sino en el espiritual. Considera esto, el Señor está edificando algo de valor eterno y un temible enemigo invisible llamado “las puertas del infierno” está en guerra contra ello. ¿Esto no debiera hacernos adoradores agradecidos porque hemos sido llamados a salir del campamento del enemigo y llevados a la asamblea del Señor, los llamados afuera?

El origen de la iglesia: la segunda mención

>Ahora veamos la otra referencia del Señor a la iglesia en Mateo 18:15-20. Él da instrucciones sobre cómo tratar con los problemas que surgen en la iglesia. Este versículo también necesita un estudio cuidadoso.

Por un lado, la iglesia se basa en relaciones. En 1 Corintios 1:9, se nos dice que hemos sido llamados a la comunión con el Hijo de Dios. ¡Esa es una hermosa descripción de la iglesia, la comunión con el Hijo de Dios! El apóstol Juan habla de esto en 1 Juan 1, diciéndonos que el fundamento de nuestras relaciones o comunión unos con otros es la relación que tenemos con Él.

Otra idea que se encuentra aquí es acerca de “la autoridad”. Tenemos un derecho dado por Dios y los medios para restaurar la unidad y la armonía cuando el pecado interrumpe nuestras relaciones. Dios da las instrucciones y luego respeta y apoya la acción tomada porque actuamos bajo Su autoridad.

También se menciona la oración, y esto añade un incentivo para afrontar y tratar los problemas. El Salmo 66:18 nos dice: “Si en mi corazón hubiese yo mirado [aferrado] a la iniquidad, El Señor no me habría escuchado”.

Finalmente, hay una encantadora promesa dada por el Señor. “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Es cierto que el contexto inmediato trata sobre las dificultades que surgen, pero ¿quién puede dejar de ver su aplicación universal? Cuando nos reunimos, el Señor asiste, y no al margen como espectador, sino en el centro, guiándonos por Su Espíritu. Su presencia invisible es una realidad maravillosa, y Él se complace en delegar el liderazgo bajo Su dirección en hombres piadosos llamados “ancianos”. Así, en la primera referencia aprendemos de Su autoridad como Cabeza; en la segunda referencia aprendemos de nuestra autoridad para actuar en Su Nombre. El liderazgo se trata de autoridad, y eso lo estudiaremos en el próximo blog.

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Adaptado de APA

 

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