por Jack Spender
El liderazgo de las asambleas cristianas del primer siglo estaba a cargo de los hombres más maduros en la congregación, llamados ancianos o sobreveedores. En el Nuevo Testamento, este hecho nunca lo encontramos como una de varias opciones, sino que claramente es la norma. El origen del gobierno de ancianos puede verse en la sabiduría y experiencia de los ancianos de Israel y en los ancianos de la sinagoga en los tiempos del Señor.
En esencia, la idea era de compartir las cargas, involucrar diferentes dones, proveer seguridad en la pluralidad para evitar la concentración de poder en un solo hombre, asegurar un relevo tranquilo en el liderazgo, y principalmente reflejar la responsabilidad de rendir cuentas por parte de los que están en autoridad, no sólo delante de Dios sino también entre ellos mismos.
¿Pero de dónde surgen los ancianos? ¿Cómo se identifican? Muchos contestarían que son llamados por Dios y reconocidos por el pueblo, y esto en principio es correcto. Pero ya sea que alguien trabaje en una asamblea ya establecida, o esté estableciendo una asamblea nueva, la pregunta sobre la identificación de los ancianos termina siendo de gran importancia para proveer cuidado de calidad al pueblo de Dios, así como para el éxito de la obra.
En el Nuevo Testamento no encontraremos una lista de pasos sencillos. No hay ejemplos donde un anciano pasa a hacer parte de un liderazgo ya establecido. Así que debemos buscar los principios para identificar a los ancianos calificados en una congregación y tratar de entender la ayuda que pueden dar los que ya tienen alguna responsabilidad entre el pueblo de Dios.
Un patrón general
Una lectura rápida del libro de los Hechos nos mostrará tres observaciones.
En primer lugar, encontramos una transición del liderazgo de los apóstoles en la iglesia que se dio al comienzo. Más adelante, hacia la mitad del libro, el liderazgo pasó a ser responsabilidad de los apóstoles y los ancianos, y luego pasó a ser responsabilidad solamente de los ancianos en las iglesias más nuevas, según fue necesario ante el crecimiento de la Iglesia y la muerte de los apóstoles.
En segundo lugar, en este proceso participa la obra divina “… el Espíritu Santo os ha puesto por obispos…” (Hechos 20.28), y la parte humana, “…Y constituyeron ancianos en cada iglesia”, (Hechos 14.23).
Y, en tercer lugar, de acuerdo con el tono general de toda la Biblia, Dios obra primero y el hombre responde en obediencia a la obra de Dios. Por consiguiente, la expresión, “el Espíritu Santo os ha puesto por obispos” es más profunda que simplemente decir que Dios ratifica la elección del hombre. Más bien, Dios inicia el proceso de acuerdo con Sus propósitos y promete suplir las necesidades de Su pueblo.
Detalles
En 1 Timoteo 3:1-7 encontramos dos criterios para hombres que desean servir como ancianos: debe haber un anhelo por servir en la obra (vs. 1) y debe cumplirse con cierto carácter y calificaciones de familia (vs. 2-7). Si juntando esto con Hechos 20.28 tenemos la siguiente progresión:
- Dios obra en el corazón.
- Hay un deseo de servir que crece en el individuo.
- El deseo se manifiesta en la vida, tanto en el carácter como en las acciones.
¿Pero qué de la respuesta de la congregación a todo esto? Según el encargo de Pablo en 1 Tesalonicenses 5:12, “… que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros y os presiden en el Señor…,” entendemos que la congregación tiene la responsabilidad de “reconocer” (por ejemplo, observar, identificar, conocer) a sus líderes. ¿Pero cómo funciona esto en la práctica?
Hechos 14:23 nos ayuda. Pablo y Bernabé volvieron a visitar las asambleas nuevas. El tiempo transcurrido había dado a los santos la oportunidad de ver la obra espiritual de algunos en la congregación.
Podemos imaginar a Pablo señalando con la mano para indicar a los que claramente funcionaban como pastores del rebaño. La palabra en el griego significa “nombrar al levantar la mano”. Considerándolo en contexto, esto no apoya ni una elaborada ceremonia de ordenación, ni una votación de la congregación, puesto que hay una clara referencia a la participación de Pablo y Bernabé.
Conclusión
Nuestra enseñanza debe indicar claramente que Dios obra primero y después Su pueblo responde. Esto es cierto no sólo para los que Dios prepara para el liderazgo, dándoles el deseo, las calificaciones, y la disposición a hacer Su obra, sino también en la ayuda a los santos, que se basa en la experiencia, para reconocer a los que Dios capacita para el servicio. El método preciso por el cual se da tal reconocimiento no es el punto. El punto es que estamos provistos de ayuda práctica.
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