por Chuck Gianotti
Continuamos hoy con nuestra serie de reflexiones sobre Tito.
Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y al pleno conocimiento de la verdad que es según la piedad, 2 con la esperanza de vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde los tiempos eternos, 3 y a su debido tiempo, manifestó Su palabra por la predicación que me fue confiada, conforme al mandamiento de Dios nuestro Salvador, 4 a Tito, verdadero hijo en la común fe: Gracia y paz de parte de Dios el Padre y de Cristo Jesús nuestro Salvador.
(Tito 1: 1b-4)
El apóstol Pablo escribe a Tito con un enfoque claro: Él sirve a Dios, pero sirve “para” el pueblo de Dios. La palabra traducida “conforme” en nuestro texto es una parte del lenguaje denominada “preposición”, y estas palabras son las más difíciles de traducir porque pueden implicar una gran variedad de significados. Sin embargo, lo que Pablo quiere decir es que la principal razón de ser apóstol, su motivación predominante, es cultivar la fe del pueblo de Dios.
Pablo complementa esto al añadir “y al pleno conocimiento de la verdad”. Él proclama, enseña, respalda y cultiva la fe, conociendo la verdad y luego viviendo esa verdad; este es el meollo de la piedad. Y cuando comienza a instruir sobre liderazgo en la iglesia, particularmente sobre los ancianos, Pablo expone este enfoque como su propia noción del ministerio. En esencia, la obra de un anciano es la de cultivar la fe a través de un crecimiento en el conocimiento de la verdad con la meta puesta en una vida piadosa.
Clima de esperanza
Muchas cosas nublan esa visión, pero debemos mantener el enfoque a toda costa. Luego Pablo prosigue a decir que nuestra esperanza es el contexto en el que se desarrolla todo este ministerio. Sin esperanza, los creyentes no pueden mantener el enfoque en la fe, la verdad o la piedad (v. 2), las cuales sólo pueden darse en el contexto de la esperanza que nos conecta con aquello que está más allá de nuestro tiempo y luchas aquí en la tierra.
En la famosa obra de Dante, “El Infierno”, la leyenda en la entrada al infierno dice “Quien entre, abandone toda esperanza”. La esperanza perdida lo socava todo; neutraliza toda enseñanza. ¿Por qué querría alguien seguir la vida cristiana si no hay nada más allá? Es como correr una carrera sin tener línea de llegada, o armar un rompecabezas sin tener la ilustración como guía. Una persona que no tenga esperanza nunca reaccionará a las enseñanzas más claras en las Escrituras, porque ¿qué sentido tiene? Hasta el sentido común se vuelve inerte. Un cristiano sin esperanza es una persona espiritualmente deprimida (el libro de D. Martin Loyd Jones, “Depresión Espiritual” es un buen recurso de lectura sobre el tema).
Por algo Pablo suele hablar de esperanza en sus escritos, y no podía faltar en sus enseñanzas al joven líder Tito. Nosotros, como ancianos, siempre debemos estar trayendo esperanza a los demás, señalándoles la esperanza que desde hace mucho fue prometida por Dios (vs. 2b). La esperanza “la cual Dios, que no miente, prometió desde los tiempos eternos”, se encuentra en Cristo, el prometido. Él no es solamente un instructor de vida, un maestro de la verdad, o alguien que muestra un nuevo camino. Él ES el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6). Él es la esperanza del cristiano.
Por lo tanto, siempre debemos mantener a Cristo al frente y en el centro. Debemos hablar de Jesús ¡y mucho! Mantener nuestra atención en él. No sólo en la Cena del Señor, o en las celebraciones de Pascua o exclamando de vez en cuando “¡Alabado sea el Señor!” Observa que en esta carta, en cuatro versículos, Pablo menciona al Señor por nombre dos veces. Si imitamos el ejemplo de Pablo (como enseña en varias ocasiones, ver 1 Corintios 4:16, 11:1, Filipenses 3:17, 4:9), entonces es pertinente preguntar “¿cuán a menudo menciono el nombre de Jesús en mis conversaciones o en correos electrónicos con la gente? ¿El nombre de Cristo se encuentra en el curso normal de nuestra conversación? ¡Dejemos que las murallas con las que compartimentamos nuestras vidas se derrumben!
Fundamento de la verdad
Notemos en esta sección las palabras relacionadas con la verdad: conocimiento, promesa, palabra, predicación y mandato. Es claro que Pablo no promueve un formalismo estéril, ni eleva una doctrina árida desligada de la vida cotidiana. Pero si no se conserva la verdad los fundamentos para cualquier tipo de fe razonable se derrumbarán. Sin una verdad objetiva basada en la inalterable Palabra de Dios (“que no puede mentir”) los cristianos (y cualquier otra persona) quedarán a merced de los sentimientos, intuiciones o fantasías filosóficas; ninguna de las cuales es suficientemente sólida como para sostener una vida para la eternidad. Sólo el inamovible “mandato de Dios nuestro Salvador” puede resistir la prueba del tiempo.
Es sobre esta base que Pablo le escribe a Tito, “verdadero hijo en la común fe: “Gracia y paz de parte de Dios el Padre y de Cristo Jesús nuestro Salvador” (v. 4). Con la verdad surge el conocimiento de la gracia y la consecuencia de la paz. De hecho, en cada una de las cartas canónicas de Pablo él escribe este saludo a sus lectores (de variadas formas): gracia y paz a de Dios les sean dadas. Esto no es meramente un anhelo o deseo ocioso. Es la principal razón de su escrito manifestada de forma concreta. Esta breve declaración captura su mayor deseo para sus lectores: 1) que conozcan la gracia transformadora de Dios en todo aspecto de la vida, entrando a la nueva vida y continuando de la manera en que hemos recibido a Cristo; viviendo una vida de gracia y 2) que experimenten la paz que eclipsa totalmente el temor, la ansiedad, la disonancia, los conflictos, las tensiones, la amargura, el resentimiento, el odio, el estrés y las preocupaciones.
Oración fundada en la esperanza
¿Has notado que la teología y la vida espiritual del cristiano no siempre están alineadas? ¿Cuán a menudo los cristianos oran pidiendo al Señor que les quite los problemas, como si la meta de su vida fuese tener una vida sin dificultades? Pero la redención que tenemos en Cristo, la esperanza que tenemos, ¡no es que Dios transforme este mundo caído en algo mejor! Nuestra teología nos dice que el mundo está irredimiblemente caído (“maldito”) y experimentamos esa caída por todas partes. Lo que Dios nos prometió se encuentra en las palabras de Jesucristo, su hijo:
“La paz les dejo, Mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo”. (Juan 14:27 LBLA)
“En el mundo tienen tribulación; pero confíen, Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33 LBLA)
Nuestro Señor oró específicamente, no que el Padre quitase a sus discípulos del mundo (Juan 17:15), sino que fuesen “guardados del mal”. Así que seguimos viviendo en el mundo caído con todas sus dificultades. Es claro que nuestras almas anhelan el alivio de las dificultades físicas, emocionales y psicológicas. Sin embargo, comprendemos que la perfección de nuestra redención es todavía futura junto con los nuevos cielos y nueva tierra. Pero mientras tanto, en este mundo caído, podemos tener la paz de Cristo que vence a este mundo.
Así que deberíamos pasar menos tiempo pidiendo a Dios que modifique las circunstancias, y más tiempo creyendo que la gracia de Dios es suficiente y nos fortalece (2 Corintios 12:9) en nuestras circunstancias. Si nos concentramos en lo que nos ha tocado en suerte en la vida, nunca creceremos en la vida que Dios tiene preparada para nosotros en medio de las dificultades.
Se dice que los grandes líderes de las naciones son simplemente líderes normales que nacieron en momentos afortunados para demostrar su liderazgo. Los presidentes y primeros ministros que gobernaron en tiempos de paz no tuvieron el escenario para demostrar su grandeza. De la misma manera en la vida y ministerio cristiano, los tiempos difíciles sirven de plataforma para la grandeza espiritual. No solamente para los líderes sino para todos los cristianos.
Sin duda todos hemos nacido en un mundo caído, ninguno de nosotros es único. Una actriz de cine dijo en una ocasión: “quiero decir algo: el ser considerada una mujer hermosa no me ha librado de nada en la vida, no me la librado de ningún dolor de cabeza ni de ningún problema”. Así también, pensar que nuestras vidas podrían ser mucho mejores si nuestras circunstancias fuesen mejores, es necedad. Este pensamiento erróneo nos asedia a todos.
Liderando hacia la esperanza
Como ancianos, debemos liderar a la grey de Dios a descubrir la esperanza que tenemos en Cristo, a pesar de nuestras circunstancias; una esperanza eterna que invada nuestro mundo temporal y que afecte nuestras vidas ahora. Esto se demuestra en nuestras enseñanzas, en nuestras conversaciones casuales, en nuestras vidas. Nuestra tarea no es demostrar a la gente cómo pueden hacer que sus vidas sean más llevaderas o cómodas. Nuestro ministerio es ayudar a la gente encontrar la gracia y la paz que sólo proviene del verdadero conocimiento, de la fe y de la esperanza en el Señor Jesucristo.
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