por Chuck Gianotti
Seguimos con nuestras reflexiones en torno a Tito, y hoy estaremos considerando los versículos 10 – 16 de Tito 1.
La ley cristianizada
Hace varios años, mientras participaba en la plantación de una nueva iglesia, entre el equipo plantador había un sentimiento generalizado de que estábamos dejando atrás todos aquellos asuntos que podían estancar a una asamblea. Ya no volveríamos a tener altercados espirituales insignificantes, interpretaciones “únicas” o luchas territoriales. Esta era una nueva iglesia en donde no desperdiciaríamos valioso tiempo de evangelismo tratando con disidentes o discutidores.
¡Por lo visto no habíamos leído Tito 1:10 más detenidamente! No pasó mucho tiempo antes de que tuviésemos nuestra propia versión de aquellas personas que procurarían contaminar la congregación. Las nuevas iglesias tienden a atraer a cristianos ambulantes que nunca están satisfechos y siempre esperan que la próxima iglesia sea “más perfecta” conforme a su gusto. Y no faltan los “profetas” que buscan oportunidades para perpetuar sus propias peculiaridades doctrinales. La congregación local del pueblo de Dios no puede escapar a este hecho, no importa cuán nuevo y maravilloso sea el comienzo.
Notemos que el apóstol Pablo identifica a este tipo de personas como “rebeldes” o contumaces. Él los llama “habladores de vanidades” y “engañadores”. Ellos pueden tener vocabularios muy elocuentes y exponer argumentos sólidos muy elaborados, pero lo que hablan carece de verdad y sustancia espiritual. Aunque hacemos bien en recibir las palabras que comunican maravillosas verdades, estos hombres abundan en palabras sin sentido y sin valor alguno, redundancias repetitivas que hablan en vano. Quizás afirmen que la gloria de Dios está en juego, pero su enseñanza no fomenta verdaderos cambios espirituales en las vidas de otros. Tal como Pablo lo escribió en otra carta: “Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (Col. 2: 23).
Esto es particularmente cierto con aquellos que “profesan conocer a Dios” (v. 16) pero que son “de los de la circuncisión” (v. 10b). En la actualidad, en la mayoría de nuestras congregaciones no tenemos personas tratando de llevarnos de vuelta a la ley de Moisés, como lo hacían los judaizantes que implacablemente cuestionaban la enseñanza de Pablo respecto a la gracia. Sin embargo, hay muchos que efectivamente procuran transformar la verdad y práctica cristiana en un tipo de ley.
Algunos establecen el bautismo como requisito para la salvación. El bautismo, sin lugar a duda, es una maravillosa e importante demostración externa de identificación con Cristo. ¡Pero no es requisito para que se produzca la regeneración!
Para otros, enseñar que los creyentes pueden perder su salvación también los pone en el grupo de “la circuncisión”. Si tuviesen razón, entonces la gracia del evangelio de Cristo en realidad no sería un regalo, porque para conservarla sería necesario cumplir ciertas condiciones. Y si no es genuinamente de gracia, entonces debe ser de la ley, una versión cristianizada de la ley que dice que para que pueda haber salvación, es necesario guardar la ley cristiana de la buena conducta. Pablo censura a los gálatas por esta forma de pensar: “¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” Habían sido seducidos a probar un evangelio distinto (ver Gálatas 1:6-10). ¡Esta enseñanza es anatema!
Incluso hay quienes están de acuerdo con que el cristiano no puede perder su salvación, pero viven y enseñan a otros a vivir vidas según una serie de normas y leyes cristianas, antes que por el amor de Cristo. Esa debería una motivación suficiente para vivir la vida cristiana. Emplean el miedo para imponer la concordia, enfatizando un código de conducta mientras descuidan las cosas más profundas de la vida cristiana, tales como la centralidad de Cristo, su preeminencia, su amor y gracia. En consecuencia, eclipsan el conocimiento de él y la gratitud por su gracia que deberían impulsarnos.
Sin embargo, a “quienes son de la circuncisión”, el amor y la gratitud no les son suficientes porque no pueden comprenderlo, y la pregunta que les surge es: ¿qué se debe hacer con el cristiano que se desvía de la verdad? Es claro que hay momentos en los que se debe confrontar, exhortar e incluso expulsar. Pero, si esas son las actitudes características que se proyectan hacia toda la congregación, entonces generan temor por no cumplir con el status quo.
¿Qué dice el apóstol Juan? “El perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan4:18). El trato con los creyentes equivocados debiera estar motivado por un genuino amor; es decir, un deseo genuino de ayudar a quien se ha extraviado a que retorne al glorioso Señor, que deje de creer en las mentiras del mundo, de la carne y del diablo, las cuales son destructivas. Hay una diferencia abismal entre discutir la verdad por el hecho de ganar una discusión, o demostrar que se está doctrinalmente en lo correcto, y afirmar la verdad de la centralidad de la persona y obra de Jesucristo y la fe en él para vivir según lo que él nos ordenó (Efesios 2:10).
Por esa razón, Pablo escribió en el versículo 9: “…retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen”. La falsa doctrina, aunque ofrece libertad, en realidad esclaviza. Sin embargo, es lamentable que en algunas zonas se utilice la sana doctrina para atar a los cristianos, convirtiendo hermosas verdades en herramientas de control y manipulación. Ese es el cumplimiento de “habladores de vanidades”.
En consecuencia, aquellos “de la circuncisión” son considerados “rebeldes” porque su conducta y enseñanza contradice categóricamente la gracia de Dios. Su verdad es dada como gracia, como un regalo, no como una ley agobiante. Y Dios no va a tolerar semejantes esfuerzos superficiales y sin valor que trastocan la razón por la cual Él envió a su Hijo, “lleno de gracia y de ver-dad” (Juan 1:14).
Deben ser silenciados
Pablo es muy claro; estos maestros rebeldes deben ser silenciados (v. 11a). Su enseñanza es engañosa; son como su padre el “diablo” (Juan 8:44). Esta es una reacción violenta, similar a la respuesta de Jesús a los fariseos, porque, a decir verdad, estos falsos maestros “cristianos” comparten el espíritu de los fariseos. Al igual que Jesús, los ancianos deben oponerse a los tales con una confrontación firme, inflexible y dura. Este no es un momento para ceder a la tendencia que algunos tienen de evitar el conflicto personal y directo. Recuerdo una iglesia donde un visitante se puso en pie en la Cena del Señor y puso en tela de juicio la deidad de Cristo. De inmediato un anciano se levantó y firmemente afirmó que esa enseñanza estaba equivocada y aseguró que Jesucristo era plenamente Dios. No había margen para la equivocación, ni para intentar descubrir un “trocito de verdad” dentro del error. Se identificó la falsa doctrina e inmediatamente se confrontó.
Confronte al maestro, no solo la enseñanza
No es solo la falsa e inútil enseñanza la que debe atenderse. ¡Los mismos falsos maestros deben ser confrontados! De no hacerlo, terminan trastornando sagazmente las familias y los grupos (v. 11b). Su objetivo es algún tipo de ganancia, no necesariamente financiera (aunque al observar la conducta de muchos evangelistas de la TV, el dinero ciertamente hace parte de la falsa doctrina). Hay muchas maneras de obtener beneficios siendo un maestro de enseñanzas erróneas, entre las cuales no se excluye la sensación de poder que proviene al persuadir a otros. Pablo, al escribir a Timoteo, amplía esto diciendo: “Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales” (1 Timoteo 6.3-5). Aquí en la carta de Pablo a Tito, dice: “Repréndelos duramente” (v.13).
Lo falso es fácil, no tomemos el camino fácil
Para remarcar su punto, Pablo cita a un profeta pagano refiriéndose a su propio pueblo, los cretenses. El apóstol no está haciendo esta valoración él mismo, sino que emplea a uno de ellos para hacer la valoración acerca de los cretenses (presumiblemente los falsos maestros provenían de este trasfondo). Esto implica que aferrarse a la Palabra de Dios exige mucho esfuerzo. La escapatoria fácil es caer en la falsa doctrina. Es claro que un evangelio que involucre obras para justicia es más atractivo al hombre natural. Mantenerse firme y fiel al maravillo evangelio de la gracia, exige un gran esfuerzo, porque va en contra del pensamiento natural del hombre. El hombre natural piensa que debe haber algo que puede hacer para demostrar que es digno. Pero la gracia es el regalo para quienes reconocen que no son, y no pueden ser dignos de la gracia de Dios.
Que su mente sea pura
¿Cuál es el remedio para Tito y para todos los cristianos (v. 15)? Ser puros de mente, no complicar las cosas. No caer en ingeniosos y complicados esquemas de doctrina. No permitir que los falsos maestros contaminen sus mentes. En resumen, ignoremos la falsa enseñanza, no permitamos que se arraigue en nuestras vidas, ni que o complique la vida cristiana con inútiles maneras de pensar (v. 14). Al final de cuentas, lo que realmente hace la diferencia al resistir las enseñanzas erróneas es cuando toda la iglesia se une con los ancianos y rechaza ser influenciada a alejarse de la gracia.
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