¿Alguna vez has oído (o dicho) una de estas frases?: “Tengo mi banco
reservado en la iglesia”. “Esperamos un mensaje de Navidad o Pascua en
esas fechas”. “En la comunión hay que usar determinado tipo de pan o
copa”. “Las reuniones de la iglesia deberán hacerse dentro del
edificio”.
Tradiciones: Todos las tenemos, pero muy a menudo no las mencionamos.
Después de todo, todos sabemos que “la manera en que hacemos las cosas
debe ser la manera correcta (y también la única…)”.
Las tradiciones o costumbres universales entre los seres humanos pueden
resultar ser un buen siervo, ¡o un cruel amo! Muchos dichos y canciones
han descrito el gozo y la tristeza de aquellas costumbres repetitivas en
la vida. Pero un viejo dicho dice: La tradición esclaviza la humanidad;
es una pobre excusa que justifica tonterías.
En el exitoso drama musical “El violinista en el tejado”, el
protagonista hace frente a importantes decisiones familiares a la luz de
la tradición. En tiempos bíblicos, el Señor Jesús reprendió a los
líderes religiosos de su época por preferir sus propias tradiciones por
encima del mandamiento de Dios (Marcos 7:9). De niño, recuerdo que con
frecuencia se oían en la asamblea esas dos trilladas expresiones: “Nunca
lo hemos hecho así” y “siempre lo hemos hecho así”.
Sin embargo, la tradición también tiene su lado favorable. Pablo
recuerda a los tesalonicenses, “así que, hermanos, estad firmes, y
retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra o por carta
nuestra” (2 Tes. 2.15).
Esto tiene profundas implicaciones para la vida y la salud de una
iglesia. Literalmente, la palabra aquí traducida como “doctrina” quiere
decir “la transmisión de opiniones o prácticas de generación a
generación”. La siguiente historia podrá servir como ilustración:
Cierto día, un niño le preguntó a su madre por qué cortaba la punta de
un trozo de carne antes de cocinarla. “No sé, pero tu abuela siempre lo
hacía cuando yo era niña”, fue la respuesta. Al visitar a la abuela, el
muchacho nuevamente hizo la pregunta. “Bueno querido, no sé por qué,
pero lo aprendí de mi madre. Anda y pregúntale”. De modo que, una vez
más, el muchacho le hizo la pregunta a la muy anciana bisabuela. Con una
sonrisa, esta le contestó, “Eso es porque yo no tenía el dinero para
comprar una olla grande, así que tenía que cortar la punta para que
cupiese en la que tenía…”
Para poder pastorear efectivamente al pueblo de Dios, los ancianos
deberán tener en mente algunas premisas básicas respecto de las
costumbres y tradiciones. Valiéndonos de varios versículos, podemos
llegar a las siguientes conclusiones:
- Este tema tiene el potencial de evocar fuertes respuestas emocionales; por ejemplo, Gal. 1.13-14.
- La
Biblia nunca declara que las tradiciones sean malas en sí. En realidad,
parecen ser una parte inevitable de culturas, familias, iglesias e
individuos.
- La Palabra de Dios siempre debe tener total prioridad, por sobre las tradiciones humanas (Marcos 7.13).
- Cuando
se basan en principios bíblicos, o son diseñadas para honrarlas, las
buenas tradiciones pueden ser de ayuda en la vida cristiana. (Se debe
estudiar muy de cerca el tema en torno al hermano débil y el hermano
fuerte en Romanos 14).
- Cuando
se le concede a la tradición una autoridad igual a la de la Biblia, las
tradiciones se convierten en una trampa (Marcos 7.7) (Esto es
observable en diversos grupos, tales como la Iglesia Católica Romana).
- Las tradiciones impuestas se convierten en legalismo. El legalismo es ordenar lo que Dios no ha mandado.
¿Qué puede hacer una iglesia para mantener las tradiciones en su debido
lugar, es decir, mantenerlas en el lugar de siervos, y no dejarlas
llegar a ser amos?
A veces las tradiciones pueden darnos un falso sentido de consuelo al
creer que todo está bien, que estamos haciendo lo correcto, cuando hemos
resuelto de antemano que “lo correcto” es aquello que nos conviene
hacer. Las tradiciones también pueden detenernos de analizar aquellas
cosas que podrían ser reprochables al meditar profundamente sobre estas.
Pueden llegar a ser ídolos si comenzamos a confiar en ellas para
nuestra seguridad. Los ídolos toman el lugar que en realidad sólo le
pertenece a Dios como Aquel que mantiene a Su Pueblo seguro.
Cada acción u opinión teológica en nuestras vidas debe sujetarse a la
luz de la Palabra de Dios, especialmente aquellas que se repitan a lo
largo de la vida. Quizás tengamos fuertes deseos de practicar aquellas
cosas que hemos recibido de nuestros padres, y tenemos libertad de
hacerlo bajo la gracia, pero siempre debemos estar atentos para que
nuestras libertades no sean mal utilizadas. Es posible enfocarnos tanto
en nuestras tradiciones, que terminemos por imponerlas también a otros y
así, en efecto, terminar poniendo a la iglesia bajo la ley, ¡nuestra
ley! O éstas también pueden endurecerse como el cemento en nuestra
manera de pensar, haciéndonos inflexibles, y apagando así la obra del
Espíritu Santo en medio de nosotros.
No importa cuantas veces, o durante cuántos años hayamos hecho algo como
tradición, dicha tradición no puede volverse Palabra de Dios. No puede
crecer en autoridad, ni ser impuesta sobre otros. Y los creyentes que
expresan su obediencia a los principios inmutables de la Palabra de Dios
en maneras diferentes a las nuestras, no pueden ser juzgados como menos
espirituales ni menos aceptables al Señor.
Una de las glorias de la iglesia del Nuevo Testamento es la libertad que
viene de la autonomía. Muchas denominaciones están llenas de
tradiciones que son obligatorias para todas “sus” iglesias. ¿Pudiera
llegar a ser que muchas de nuestras iglesias locales que afirman basarse
únicamente en las Escrituras cometan los mismos errores al negar la
comunión a verdaderos hermanos basándose en cosas que en realidad son
meras tradiciones? ¿Es posible que con nuestras tradiciones hayamos
restringido tanto al Espíritu Santo de Dios, quien desea infundir vida y
vitalidad en nuestras congregaciones, de tal manera que nuestras
reuniones son poco más que un sonido de maquinaria religiosa y, en
efecto, nos quedamos a la altura de una denominación rígida?
Alguien dirá: “¿Pero no debemos apartarnos del mal para poder mantener
la comunión con Dios?” Sí, indudablemente; pero debemos estar seguros de
que los males de los cuales nos separamos sean específicamente
nombrados como tales en la Biblia y no simplemente prácticas que no
concuerdan con lo que hemos practicado por años y a las que nos hemos
acostumbrados.
Considera los beneficios de conocer la diferencia entre los mandamientos
de Dios y las tradiciones humanas, y luego tener la libertad para
cambiar las tradiciones. Podemos amar a cristianos cercanos y lejanos
porque pertenecen a Cristo. Por supuesto no tendremos la libertad para
unirnos con ellos en todo tipo de proyecto, pero eso es algo muy
diferente a aceptarlos como hermanos en el Señor.
Tener una mente abierta, ser flexible y ver las cosas como otros las
ven, son evidencias de gracia a medida que maduramos. Las iglesias que
crecen han aprendido la lección de Proverbios 14:4, “Sin bueyes el
granero está vacío; mas por la fuerza del buey hay abundancia de pan”.
Trabajar con bebés espirituales puede ser difícil. A medida que las
personas son salvadas y añadidas a la iglesia, traen con ellas toda
clase de cargas (incluyendo muchas tradiciones) de su pasado. Qué
maravilloso si encuentran en la asamblea un hogar espiritual que no sólo
les tolera, sino que realmente les acepta en Cristo. ¡Y quién sabe si
posiblemente aprendamos algo de ellos también en este proceso!